viernes, 28 de diciembre de 2007

Sí, soy chusma

Son esas personas que usted conoce, con las que nunca ha tenido trato, pero forman parte de su vida.

Cada persona tiene como un submundo, o mundo paralelo, compuesto, a su vez, por otras personas, que no pertenecen ni al mundo de los desconocidos ni al de los conocidos. Son aquellos que, por algún motivo, alguna vez nos llamaron la atención y, desde entonces, están ahí: son como una mancha borrosa en nuestras vidas. Dónde: en la universidad, en el barrio, en el trabajo, en el ómnibus. Tienen rutinas similares a las nuestras y, de alguna manera, como en un gesto inconsciente, los saludamos a diario (o periódicamente), sin emitir sonido alguno. Nos percatamos de que están y punto.

Me he encontrado en el ómnibus intentando deducir en qué trabaja la señora de pelo largo y enrulado, que siempre sube y se baja después que yo, de acuerdo a su forma de vestir y el destino del ómnibus. O, por ejemplo, qué estudia ese chico raro que siempre canta por los pasillos de la facultad. Qué suele hacer esa chica rubia fashion, que sé que vive a dos cuadras de mi casa, pues porque la he visto, desde la ventanilla del ómnibus, rezongar mientras pierde el ómnibus (en el que voy yo) justo cuando está saliendo de su casa, que está exactamente frente a la parada.

Son múltiples los ejemplos. Pero, verdaderamente, es algo que me llama la atención. Y lo peor es el regocijo que me da cuando, por equis razones, me entero de que mis postulados son ciertos.

Ejemplo número 1. Un día de estos, volvía en el ómnibus y sube la rubia. Por casualidad se sienta a mi lado y se pone a charlar con un chico, al que había saludado dos minutos después de subir. Entonces, ahí es cuando, casi por costumbre, paro la oreja. "Uh sí, porque la noche de la nostalgia en Lotus... a full", le decía. "Zaz, la emboqué", pensé. Y alimenté a ese maldito animal interno corroborando algunos otros datos.

Ejemplo número 2: un clásico. Hay un chico que sigo siempre. Se llama Matyas. Lo veo todos los días en el ómnibus a la 13:30, desde hace dos años. Se viste siempre de celeste: remera celeste, jean celeste. Se deja la chivita y usa el pelo medio crecido y desgreñado. Estudia Economía, pues tiene la cara lo suficientemente de estudiante como para trabajar; pero, a la vez, lo suficientemente de gil como para estudiar ingeniería (no es nada en contra de mis amigos los estudiantes de economía, simplemente intento ser gráfica) . Viajamos en el 192 rumbo Parque Rodó (zona en la que se encuentran las facultades mencionadas, para los que no conocen), y nunca se baja antes que yo, lo que me lleva a afirmar mi teoría, a menos que estudie Ciencias Agrarias en la ORT o haga trasbordo. Más allá de todo, no me pregunten por qué, pero estoy segura.

Además, Matyas tiene novia. Y es de esos que están de novios hace mil (dos años, mínimo) y son romanticones a más no poder. Digo todo esto porque le descubrí un medio corazón colgado del cuello; y en la mochila, un mensaje, que dice algo así como: "Maty, mi amor, te amo, te amo, te amo, te amo, cuidate, mi amor, te quiero como nadie, bla bla bla", por lo que también sé que se llama Maty (as). En fin, hay mucho más que contar sobre mi amigo Maty, pero sé que nos les importa. El hecho es que ahí está, con su chivita, su novia pegajosa y yo lo veo todos los día, y en lugar de irme charlando con él, como podría hacerlo con cualquier otra persona que me llame la atención, me limito a imaginarlo todo.

Y pienso, ¿alguién hará lo mismo conmigo? No lo sé, pero a mí me resulta divertido.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Navidad de 1995


Tenía la tez de color mate, los hombros anchos y las piernas firmes. Siempre sonreía, inocente y perverso a la vez. Era un niño grande. Recuerdo sus manos adultas, de dedos cortos y regordetes, con las uñas extremadamente cortas, y las cutículas comidas. Se llamaba Willy. Tenía 10 años y yo 8 cuando lo conocí. Y fue mi regalo de Navidad de 1995.

Era una noche tibia, de esas que son los restos de una jornada de calor insoportable. Había olor a jazmines, ese olor dulce y renovador; el cielo estaba estrellado y era la víspera de Navidad. En aquellos tiempos, entre sueños olímpicos y una actitud caminase, me había vuelto una patinadora compulsiva, al punto de andar para todos lados sobre los patines. No me bastaban las tardes de "ir y venir", "ir y venir", por la calle: desde mi casa a la casa de Quico (a dos casas de la mía), mientras mi madre charlaba con las vecinas, sino que también andaba por adentro, noche y día sobre los patines. Esa noche no fue una excepción.

Luego de la cena, a las doce, me encontré con la sorpresa no tan sorpresa: unos patines nuevos. Estaban hechos de un plástico rojo con sus cuatro ruedas azules, eran preciosos. Después de las doce, como siempre, salimos todos a la puerta de casa a tirar cuetes y a saludar a los vecinos. Entonces, entre la confusión de la gente saludándose, y la alegría, me escapé sobre mis patines nuevos. Me deslicé libre por la calle lisa y despejada, y fui un poco más allá de la casa de Quico. Los brazos se me batían como alas en el aire, las piernas estaban rígidas y decididas, el aire en la cara me alentaba a más, y además no sabía cómo frenar. Entonces llegué a la esquina, doblé en ele y, aún más, llegué a la esquina de la otra cuadra. Fue entonces cuando lo descubrí.

En mi vida había visto a todos aquellos niños. Eran unos expertos. Estaban jugando carreras sobre sus patines Roller y yo, sobre mis cuatro ruedas, me sentía la más niña. Aparecí así como sí nada, era un "torpe torpedo" lanzado desde el otro lado de la manzana. Me di contra el cordón de la vereda y caí con poco estilo sobre el césped, de donde tardé en levantarme a fin de que no notaran mi falta de destreza, cosa difícil de disimular a estas alturas. Los observé un ratito, como quien observa una escena desde fuera, con algo de curiosidad y, a la vez, prudencia.

Cuando ya me estaba yendo con mi rodilla raspada, Willy se me acercó y, sin más, me dijo: “Vos anda y unite a María. Las dos contra mí”. Entonces, como si nada nos pusimos en nuestras posiciones y, cuando él gritó: “hasta la esquina", salieron disparados. Cuando llegaron a la meta, habiendo recorrido toda la cuadra que era paralela a la mía, yo aún seguía en el punto de partida, mirándolos patitiesa y con un sentimiento de deteriorado atrevimiento, que sin duda se debía de notar en mis gestos. Me di la vuelta y, cuando empezaba a andar de regreso a casa, sentí el ruido de unas ruedas que se desplazaban a gran velocidad detrás de mí.

- Me llamo Willy -me dijo, mientras frenaba usándome como resistencia, a propósito-. ¿Vos?

-...

-No me caes simpática, sólo hablo con vos por hablar con alguien mientras vuelvo hacia casa. Vivo acá -dijo y señaló una casa chiquita y con las paredes descascaradas-. ¿Vos?

-Virginia -muy seca-, y vivo acá a la vuelta en una casa de rejas verdes.

- Bueno -me dijo yéndose hacia su casa, que parecía estar desierta-, ya nos veremos, "simpática" -agregó con un tono irónico y se rió con picardía.

-Feliz Navidad -le dije, intentando parecer un poco más descontracturada.

Me miró, se rió de nuevo y entró en su casa silvando y moviendo la cabeza.

Cuando llegué a casa, preparada psicológicamente para que mis padres me asesinaran, me encontré con la sorpresa de que no se habían dado cuenta de mi desaparición.

Al día siguiente, Willy estaba en la puerta de casa pidiéndole permiso a mamá para jugar conmigo. No sé qué historia habría inventado para justificar el hecho de que nos conociéramos, pero mamá le creyó. Y así como si nada se conviertió en uno más en mi hogar. Mamá lo llegó a querer como a un hijo. Todos los días merendaba en casa y jugábamos los tres, junto con mi hermano Nacho, a cosas de varones; y por la noche, como recompensa por mi sumisa falta de femeneidad, patinabamos un rato. Yo soñaba con ser patinadora, él quería ser Spiderman.

No voy a olvidar nunca ese 25 de diciembre, en que apareció inesperadamente en casa: patinamos en el fondo buena parte de la tarde y se comió todas las uvas podridas del parral, mientras yo le pegaba en la cabeza.


NAVIDAD 1995. Querido Papá Noel: quiero unos patines nuevos y otro hermano.
NAVIDAD DE 1996. Mamá y Papá: quiero unos Rollers. Y como ven, Willy me dijo que Papá Noel no existía. Ya era hora.




Feliz Navidad para todos!

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Insomnio

Hay una eterna bipolaridad en esta historia. Clara tiene 17 años y vive en un pueblo donde el cielo es siempre púrpura, la lluvia es suave y cálida, y los caminos son sinuosos. Siempre sinuosos.

Es la chica que nunca sintió el olor de los pinos, ni el de los inciensos. Pero, tampoco se desnudó ante la primera sonrisa amable que se le cruzó en su camino, ni se dejó cautivar por otros caminos. Sólo siguió el camino sinuoso.

Mas Clara es apasionada. Clara es la excepción a la regla, al estereotipo de "eres lo que haces" . Es un sauce llorón, un beso de lejos en los labios. Es una poetiza, que no sabe escribir, ni hablar.

-Anoche estuve pensando.
-Sabés que no te ayuda a pensar. Son percepciones.
-No sé si es tan así. Tampoco es la intención. Tuve insomnio. Hace un mes que no tomaba merca...
-Bueno, tranquila. No llores. Fumá esto y dormí. Buenas noches, Clara.
-Buenas noches, mamá. Gracias.
-Por nada. Pero no soy tu madre.
-Pero, si nunca dije que lo fueras.
-Ah, escuché mal. Es como si hablara con dos personas.
-Tal vez. A mí me sucede algo similar.
Y pudo dormir.

sábado, 8 de diciembre de 2007

¿Qué tan débil eres?


A veces cuando está sola en casa, le parece escuchar la tos de su padre, el ruidito que hacen las pulseras de su madre cuando se mueve, ese ruidito que le resulta difícil de asimilar en mi misma cuando se las usa. Y hay olor a jazmines, el olor de la Navidad. Son detalles que han ido construyendo ese algo que resulta inapercibido en el día a día, pero está; y cuando no está, se siente, casi por costumbre o reconstrucción del inconsciente.

Le gusta caminar descalza y ensuciarse; ducharse, con la puerta abierta y la música a todo lo que da, primero con agua fría y luego caliente. Le gusta caminar sobre las piedras de tal modo que le duelan los pies, sobre el pasto que le brota las piernas y la mugre, mucha mugre. Ama a ese coro de Thomas Eliot y a Billy Elliot por T.Rex; también que su hermano le siga haciendo caballito, amén de los años, y a Pink Floyd.

Anoche soñé que me despertaba con el sol en la cara y así fue. Por la noche, cuando el mundo se destroza, muevo mi cama y la coloco debajo de la ventana y me maravillo con las estrellas, y rezo para que amanezca y se calmen las penas, penas de hombres que amo, de plantas que amo, de objetos inanimados, sucios y corruptos. Y las lágrimas, que me roban la filosofía nocturna y la enorme realidad aplastante de la bóveda celeste, se sequen pronto con el sol de primavera, de octubre, de un nuevo cumpleaños.

Aquella niña se quiere desnudar. Y le gustan los instantes en silencio con su padre, hermosos silencios; el té, que sólo Lola sabe preparar, contra todo tipo de sabores amargos; las reconciliaciones con su madre, las charlas nocturnas con su hermano y la soledad de 18 de julio, la calle más poblada de su universo. Son pequeñas magias, los códigos de vida.
Y cuánta nostalgia, pues el mundo cambia, sé que el arbolito de jazmines algún día se va a secar, pero que nunca se sequen mis lágrimas, no para siempre, que sigan regando estas raíces. Raíces que quieren llegar al centro mismo de la tierra y subir hasta el cielo, a la vez. Y, aunque noto que soy infinitecimal en este universo enorme, lo tengo todo para sobrevivir, pero simplemente sobrevivo y ese es el problema. Mas soy optimista. Muy optimista.

viernes, 23 de noviembre de 2007

La vida es un milagro y un circuito oscilador

- No me causa gracia. Una porquería.
- Pero, fue muy linda. Fue una película muy linda.
-Un chotada de aquí a la China.
-Pero, no te hagas la ingenierita cabezota, si casi te morís de la risa. Claro, la disfrutaste calladita y cuando termina te haces la "No me gusta ese estilo de película".
-Nada de disfrutar. Lo que pasa es que si no ponía buena cara Lety y Novio de Lety se iban corriendo de casa. Sólo a vos se te ocurre.

El hecho es que a Lola y a mi "La vida es un milagro" (recomendación de un amigo) nos encantó, aunque ella es poco demostrativa. No diría lo mismo de Lety y Novio de Lety, que 22:30 ya se estaban yendo.

Sí, así se desarrolla esta historia: 1)familia de Lola deja la casa sola para nosotros; 2)Lola, y su pseudo-espíritu fiestero dice: hagamos una fiesta; 3) terminamos Lola, Lety-Novio de Lety (!pobre novio de Lety!) y yo en lo de Lola tomando Coca Cola en botella de vidrio y comiendo pizza de una forma animal, al ritmo que incentiva Novio de Lety. Y además, como fondo de pantalla, miramos una película. Esta vez -gracias a Dios- Novio de Lety coincide en gustos conmigo, y ejercemos presión para que yo elija, sólo que NdL no sabe que soy un desastre eligiendo. No obstante, tengo la "suerte" de que cuando tengo en la mano la, muy probablemente, más pésima película que puede existir, leo entre las estanterías aquel nombre que me suena de algún lado(escúchese melodía eclesiástica de fondo), y recuerdo: "La vida es un milagro, se llama la película. Me encantó. Mirala. Me sentí muy identificado con ella. Es muy buena, ect, etc". Me refiero a las muy populares "recomendaciones". Entonces, entre alaridos y festejos, tomo la bendita "recomendada" y, por cansancio, consigo que la llevemos.
Por otro lado, pienso en qué fue lo que hizo sentir a aquel que me la recomendó identificado. No sé si fue porque unos "canturrones" (dícese de tipos cómicos que cantan mucho) serbios o no sé de dónde exactamente (disculpen mi ignorancia) inhalaban coca de una vía del tren, mientras cantaban mirando directamente hacia la cámara; o porque La pareja de la historia rodó, literalmente, desnuda por el pasto, luego en el agua, luego en una cabaña, luego... no sé dónde luego, pero todo a un ritmo enfermizo y en los únicos cinco -juro cinco- minutos "pornográficos" de la película y acompañados de una música dantesca. Tal vez, por La mula (de carne, hueso y pelos), cuyo protagonismo aún no determino, pero que aparecía en los momentos más insólitos de una forma muy cómica. Lo de la mula era broma -quiero creer que no se siente identificado con ella-. No sé, la verdad no sé, pero a mí me encantó.

Y, volviendo al tema, una vez que se fueron Lety y NdL, y me quedé allí, con el cadáver en el que se convierte Lola luego de las 23:00 sin su siesta de hora y media y su vaso de leche con avena, todo en mi cabeza empezó a girar, y los parlamentos de Luka, Milos, Jadranka y Sabaha comenzaron a batirse mezclados con esa música serbia o yo qué se qué. En fin.

-Salimos. Dale, tengo el auto vamos. Llamamos gente.
-No sé para un poquito.
-Dale, Lola, no seas amarga.
-No, pero...
-¿Pero?

Dos horas más tarde: ambas seguíamos "mirando" el capítulo número 325458,03 de "Los Simpson", tiradas en el sillón. Babeando.

-Arriba. Dale. Movete. Me llamó Camilo y dicen que van a salir.
-¿Qué? ¿Estás loca?
-Ah, pero ¿ahora te volviste una vaga?
-No, Lola. Ahora me hago la cama y me voy a dormir.
- Pero, atrevida, si estás en mi casa.
-¿Y?
-Ah, mi amiga "capacitor".
-¿Capacitor?
-Sí. Y yo soy como el "inductor". Somos como un "circuito oscilador", cuando el capacitor está cargado el inductor no y viceversa.
Agradecimientos
Javito, gracias por intentar explicarme por msn cómo funciona un circuito oscilador.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

De un simple día de lluvia

-Nunca me he enamorado. Nunca -dice la muchacha que tiene pecas en todo el cuerpo, y en la mente caracoles de agua.
- Yo estoy enamorado del mundo -agrega el muchacho con la piel de color negro azabache- . Pero decime, ¿qué tendría que pasar para que te enamores?
- No lo sé. Son cosas que se dan, supongo. Me gustaría que fuera alguien que aceptara bailar conmigo desnudo, bajo la lluvia. Y sólo eso.
- ¿Bailar desnudos?, ¿bajo la lluvia? Aja.
- Sí, sin ropa. Y sin mentiras. Así me gustaría.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Ahora después te cuento


3 de junio de 2007

Llega Caro a casa a eso de las 9 y me despierta. Charlamos un rato y me ofrezco para acompañarla hasta el Nuevo Buenos Aires donde la gente del Techo están construyendo una casita -fuera de las construcciones habituales- para una chica del barrio. La dejó y me voy, sobra gente.
Me tomo el omnibus en Belloni para volver a casa. El guarda no me cobra boleto al subir, me sonríe, se la devuelvo amablemente y me voy al fondo. Me siento en uno de los bancos que hay en la plataforma, y miro a la gente que sube y baja.
En una de esas sube un chico. Pelo negro largo, vestido de negro, con cadenas en el cuello y en las muñecas con pinchos. Está con una chica con un estilo idéntico. Lo miro bien mientras avanza hacia el fondo (hacia mí), tomando de la cintura a la chica. Me resulta conocido.
Conocí a Roberto en el liceo. Le decíamos Beto, para diferenciarlo de otro Roberto. Él era Martínez, y por razón alfabética se sentaba a mí lado en clase. Se sentó a mí lado durante cuatro años. Era un chico bueno y simpático. ¿De qué otra forma se lo puede definir? A mí me gustaba un poco, bueno me gustó mucho, durante un momento, pero nunca lo reconocí, era muy feo. Tenía el pelo muy lacio y cortado honguito, rubiecito con los ojos muy azules. Me llegaba por el hombro, tenía la voz muy finita y hablaba extremadamente rápido. Y bailó Monterrojo conmigo en mi cumpleaños de quince, en octubre, un poco antes de fin de año. Su último fin de año. Dejo el liceo, le iba mal, y los padres lo obligaron a hacer otra cosa.
Ahora, Beto sigue igual de flaquito sólo que un poco más alto. Pero, ¿qué le pasó? Está con su novia conversando de espaldas a donde yo estoy sentada. La chica se sujeta del caño de arriba de omnibus, se remanga el buzo negro de modo que puedo ver un tatuaje en el brazo. Es un poco inentendible. Tiene dibujadas las emes de Metallica entrelazadas y al lado dice "Te amo, Memo". ¿Quién es Memo?
Se desocupan los dos asientos que están justamente enfrente de los mios. Se sientan. Él ya me ha visto pero se hace el tonto. Lo quedo mirando fijamente, sin parpadear. Intimidado, me mira con sus ojos celestes, como pidiendo perdón, me dice: "¿Qué haces?", y se hace el sorprendido. "Hola" , le digo con una cara -intencinalmente- cómplice, cara de "jeje, no te puedo creer".

Me tengo que bajar. Le sonriío, "Chau, beto, que pases bien". "Chau", me dice. Miro a la novia, también le sonrío, me mira con cierta antipatía. "¿Quién es?", le pregunta. Yo me estoy bajando. "Para que ya te cuento", le dice, mientas bajo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Bloggers



Emma, El Preso, Bloody, PubliFreak, No te contaré nada nuevo y Arkadia en el cumple de Nat, que curiosamente no aparece en la foto.


Aclaración: se han citado los nombres arbitrariamente.

martes, 30 de octubre de 2007

Magnetismo

Varias veces he soñado que moría. Una vez me perseguía un auto. Corría y corría, hasta que, resignada ante la perspectiva de calles eternas con "La muerte en los talones", me dejaba atropellar. Sabiendo, muy en el fondo, que era un sueño, pero con pena, instinto de supervivencia, tal vez.

Otra vez me tiraban con una ametralladora. Tengo el recuerdo patente del punk punk punk punk en mi abdomen. No sentía dolor, sino un calor fuertísimo en las heridas, como un vacío, luego un ligero ardor, muy ligero, y más calor. Hasta que me retiraba, y justo en el momento de la verdad, cambio de sueño. En parte un alivio ante la conciencia de la realidad, por otro lado una pena. Es como perderse el final de la película, de esta gran película. Nada de revelaciones.

He tenido otras experiencias de género similar, en las que siempre era asesinada u obliga a arrojarme al precipicio. Pero, en verdad, hubo una única vez en la sentí algo más que miedo en un sueño de muerte. Fue algo similar a un suicidio en sueños. He llegado a la conclusión de que tal vez fue mi construcción de lo debía ser una muerte digna. No la denominaría, por lo tanto, suicidio, sino simulacro. No tuvo ni principio, ni fin, simplemente escenas. Porciones de un algo más extenso.

Dos escenas. En un principio, un paisaje irreal, que puede que no exista en este planeta. El cielo púrpura, mi amado y maltratado cielo púrpura. El mar de frente y nada detrás, al menos visible. Me encontraba ante un muelle, que, amén de su estrechez, sostenía una mística casa en el final. Así se desarrollaba la escena, caminaba por aquel muelle, que por momentos me pareció eterno, y tal vez viví alguna otra situación en el trayecto, y sentí algo más de lo que recuerdo, mas a la hora de narrar cómo llegué hasta aquella casa, sólo me reservo el recuerdo del muelle en su totalidad, el resto es sólo parte de él, sin el cual no habría sueño, pero que, a los efectos de visualizar la totalidad de la situación, no tiene caso soñar.

Segunda escena. Casi al final, lo inesperado, ante la puerta una sirvienta de espaldas. Una mujer de plasma, seda, jazmines y plata. No alumbraba, cautivaba. No era bella, era la belleza. Me sentí sumisa, débil, pero amada; libre y obligada. Me detuve, pero no a pensar, sino a esperar, a amar lo que iba a abandonar, un poco más. Se dio la vuelta. Magnetismo. Y la abracé. Pero, no hubo cambio de sueño, sino más sentir. Me permití un poco más. Sentí fuerza centrífuga, y explosión, caos y creación, una maravilla. Paz, una palabra muy usada.

viernes, 26 de octubre de 2007

Mandarinas jugosas


Mientras esperaba en la parada, observaba sus manos. Sus puños cerrados y pequeños, agarrados uno de cada una de las tiras de su mochila, parecían dos mandarinas peladas. Su piel de niña avejentada la disgustaba. Odiaba ser pelirroja, casi transparente. Odiaba sus dedos largos y finitos, con el pellejito que rodea las uñas todo comido. Pequeñas heridas, mordiscos en la mandarina.

El calor la motivaba. Ese extraño calor de octubre. Sentía afiebrado el cuerpo, pero se sentía feliz, cómoda con su uniforme de verano: pollera corta a cuadritos y remera blanca. La túnica había pasado a la historia. Éste era su primer año de calores de manga corta. Estaba en primero de liceo.

El ómnibus estaba lleno. Abrazó su mochila y se escurrió hasta el fondo del coche. Una vez en la plataforma se dio cuenta de que la parte trasera del coche estaba tomada por un grupo de niños con túnicas sucias, y dos maestras hippies. "Los demonios de la escuela de guerra se van de paseo", se dijo, mientras invadía su territorio apoyándose en una de las agarraderas de la plataforma.

En los asientos "de los bobos", esos que son iguales a los de las embarazadas, sólo que están en la parte de atrás, justo al lado de donde ella se había apoyado, había tres niños sentados. Dos eran negritos: uno pelado y grandote, y el otro más menudito y muy peludo. El tercero era una especie de adolescente plancha en el cuerpo de un pigmeo: pelo largo y lacio, gorro con visera y championes número 30 (si es que existe ese número) con medias blancas cortas. Las piernas se le asomaban por debajo de la túnica, delgadas y rasguñadas, aún con los bellos de niño. Los tres miraban para fuera de rodillas sobre los asientos. Y hablaban exitados.

-Ese auto es mío -Decía el negrito grandote, mientras señalaba uno-. Ese también, todos los autos son míos.
-Bueno, pero esa casa es mía -Le respondía el pigmeo-. Esa también, todas las casas del mundo del universo son mías.
-Jaja, pero yo tengo todos los chanchos del mundo -Volvía a increpar el grandote, mientras el peludo lo miraba sin hablar, pero con cara de "te apoyo en todo"-

Silencio durante un rato. Seguían mirando hacia fuera, todo los fascinaba. Hasta que el el planchita rompió el silencio.
-Ta, pero ese taxi es mío, todos los taxis son míos.
- No, no. Los taxis son autos, y dije que todos los autos son míos.
-Fa, miren ese cartel -interrumpió, por fín, el peludo-, !se mueve!
-Ah, ¿nunca habías visto uno de esos?

Silencio.

La maestra, desde "el asiento de los bobos", que estaba enfrente:

-Chicos, miren. En ese edificio de ladrillos vivo yo.
- Ahhh, !miren ahí vive la maestra!. Maestra, tenemos calor. Cuando lleguemos a la playa, nos tiramo al agua, ¿no?
-No, no. Sólo la van a conocer.

La niña pelirroja se pasó de parada. Los dedos le sangraban. Apretó el botón para bajarse y se chupó la sangre cítrica.

lunes, 22 de octubre de 2007

El Gran Hombre


Aún no entiendo
si es la grandeza de sus ojos,
el poderío abrumante
de su mano eterna,
la fragante exquisitez
de su ser omnipresente,
o la inocencia en hombre,
que fue una vez.

El Creador es la palabra.
La palabra más bella,
entre las palabras bellas;
el llanto más dulce,
la más dulce presencia.

El Creador es perfecto,
pero no para el hombre.
Es tan simple como real,
la magnificencia más compleja.

Es el padre del todo,
tanto en el odio como en el amor,
que de fruto sublima.
Impotente existencia,
la del ojo del niño,
que alienta a suspiros
el correr de su vida.

El Gran Hombre es inmenso,
y se escucha en tu voz.
Y aún no entiendo
cuál hermosa delicia
envuelve mi alma
y cubre de amor.

Aún no entiendo
en palabras
qué libera mi alma
en esta canción.

domingo, 14 de octubre de 2007

SEGUNDA CARTA


Querida Diana:
Ya lo ves, siempre tardo, pero llego. Las cosas han funcionado casi a la normalidad: valles y crestas. Ya estoy acostumbrada. Es parte del trabajo de ser hombre amar al caos, pero dosificarlo. No dejarnos abrazar por la ilusión de que realmente puede apoderarse de nuestra esencia. Digo ilusión porque eso es lo que es, una ilusión. Se explica sencillo: si la esencia es como nuestra chispa divina, y por lo tanto viene de la enormidad, cómo puede el caos apoderarse de ésta, si el caos es creado por el hombre, y el hombre, en tanto persona, se define por su esencia.

Es de anarquía, de lo que quiero hablarte hoy. Te contaré acerca de "Canción de cuna para un anarquista", pero no sobre la obra. En cuanto a anarquistas, conocí uno una vez. No sé si realmente lo era, pero me gustó pensar que sí. Y hasta llegué a abrazarlo, e intenté hablarle de Dios. Pero creo que no me entendió. Estaba borracho y yo también, de muchas cosas. Y con sed, mucha sed de algo más.

"No sos superficial", le dije. "Tenés pasión, y eso me gusta". La pasión no es algo simple de descubrir en la gente; pero al hacerlo, es dificil de asimilar. Confunde y altera. Igual tarde o temprano todo se reestablece.
En un determinado momento hubo choque de dimensiones, sin palabras por supuesto, no sabría explicártelo. Pude ver una mirada hermosa, de esas que piden algo, algo sincero tal vez; pero hubo un límite. Una imposibilidad: huecos vacíos, palabras incomprendidas, confusión, aguas saladas y aguas dulces.

Ahora me culpo por escribir esto. Por creer que puedo ser una "acunadora" de anarquistas. Y mientras tanto, Diana, "el sol es relativamente igual y yo cambio", y ellos piensan de mí. Y yo me enamoro más y más del mundo y de la gente.

jueves, 13 de septiembre de 2007

La Nielsíada

No lo entendí hasta que comencé a escribir todo aquello que él me decía. Estaba mojada y desquiciada, con los dedos arrugados y el pelo húmedo y enmarañado, mientras Niels me dictaba su currículum a la velocidad de una tortuga y yo, a la velocidad de algo un tanto más rápido que una tortuga, escribía en un papel sin renglones cada cosa al pie de la letra.
“Nació en 1940 en Montevideo. En 1982 emigró a Estados Unidos con su hijo de 15 años donde trabajó como proyeccionista de cine. Luego, ingresó a la Universidad de los Ángeles California donde estudió Teatro Shakesperiano. Cursó estudios de teatro en el Mount Sac Collage donde se graduó de de director de teatro y actuó en varias obras en shakesperianas, entre ellas “Macbeth”, junto con obras de O´Neill como “Extraña Pareja” y “Primera Plana”. Una vez de vuelta en Uruguay, participó en obras como “Pic-nic” y “La pulga en la oreja de Feydeau”. Finalmente, volvió a Uruguay donde interactuó con Beatriz Massons. En 1997 conoció a Horacio Buscaglia en el teatro “La Gabiota”. Buscaglia le entregó su versión de “La Tía de Carlos” y Niels tardó en dar esta obra. Actualmente, nos sensibilizamos con su personalidad como director en una obra cómica de éxito mundial”, dijo, respiró hondo y agregó: “¿Y?, ¿te parece bien?” “No te preocupes, va a salir bien”, pensé y sonreí. Agregamos los nombres de los actores (nosotros) y le entregamos el papel al impaciente señor de CopiSer, que nos estaba atendiendo desde hace más de treinta minutos, mientras Niels agregaba: “Quiero cien copias en tonos de grises y buena calidad”.
Faltaban muchas cosas para mandar imprimir el programa definitivo de “La Tía de Carlos”. Faltaba un resumen de la obra y los apellidos de la mitad de los actores. También faltaban fotos y un buen diseño, el encargado de CopiSer no tenía ni idea de lo queríamos, y hasta llegó a burlarse disimuladamente de nosotros. Entonces, nos paramos. Yo ayudé a Neils con su bastón y le dije bajito al encargado: “Luego volvemos”.
Segundo destino: asamblea de jubilados en A.E.B.U. Entre otras cosas, Neils era jubilado bancario y estaba empecinado en ir al plenario conmigo. Su intención era que yo entregara una carta, que habíamos escrito horas antes en el Oro del Rhin, en la que solicitábamos el “gran teatro de la Asociación de Empleados Bancarios” para presentar por primera vez nuestra obra.
-Pero, ¿hay necesidad de hacer todo esto?, ¿y si hablamos directamente con la encargada del teatro? -le repetía una y otra vez.
Me preguntaba cuál podía ser el sentido de toda aquella parodia. No sé qué me respondió, pero terminamos en la bendita asamblea. Debo de haber sido la primera persona menor de un número importante de años que entraba allí en esas circunstancias.
-Dale, andá… dale la cartita al tipo de campera verde –me dijo una vez dentro de la sala.
-Pará, pará… Estás mal, esto no tiene nada que ver. Vamos a quedar como unos locos -le respondí bajito entre toda aquella gente que, en virtud de lo aburrida de la reunión, encontraba mayor atractivo en esta extraña pareja.
-¡Ahora!, ¡al de campera verde!”
- Niiiilsss -le dije en tono de súplica.
Y fue suficiente para que adoptara esa extraña y caprichosa actitud, que simulaba ser pensativa: infló los cachetes, agachó la cabeza y desorbitó los ojos, celestes por las cataratas, mientras su enorme cuerpo, redondo y pesado, se balanceaba sin desprender los pies del piso. A pesar de lo poco que lo conozco supe que se tratada de un profundo gesto de desilusión-obviamente fingido-. Y cual si fuera un niño a quien no podía defraudar, me arrojé hacia la meta: el hombre de campera verde. Caminé como un velociráptor hasta el escenario. Allí había una mesa en la que estaban sentados cinco tipos cuyas identidades aún no tengo el placer de identificar. Cuando llegue, tras un largo desfile ante el adulto auditorio, totalmente colorada de pies a cabeza, le entregué la carta al menganito ese.
-Para usted –dije, y corrí de vuelta hacia lo alto de la sala donde Niels estaba parado y, sobre todo, donde estaba la salida.
- Niels, está hecho, nos vamos.
Tercer destino: oficina de la encargada de la sala.
-Es todo. Nos vamos a encargar de que la carta llegue a manos del Consejo, pues es éste el que decide -dijo Zelda, una de las funcionarias, a quien le entregamos una copia de la carta, y a quien debimos acudir desde un principio.
- Qué cosa tan irreal ese Consejo –pensé, mientras imaginaba a un montón de veteranos con boinas tomando café y riéndose del color del empapelado.
Pero, lo peor (o mejor) aún no había llegado. Fue, entonces, allí ante el despachpo de Zelda que Niels se recibió de actor para mí.
Sucedió así: medio resignada, y cansada a la vez, con una mano llevaba el bolso maloliente de Niels y con la otra tiraba de él, a la vez que, diplomáticamente, me despedía de Zelda; cuando, de pronto, en el momento en que estaba segura que por fín nos íbamos, Neils se soltó violentamente de mi brazo y volvió hacia Zelda, arrastrando su cuerpo lleno de inercia, en algo que parció una corridita.
-Ahhh, es que yo soy diabético… -comenzó a lamentarse- Soy diabético, jubilado de la caja bancaria, viejo... Ahora, por ejemplo tengo que volver a casa a darle de comer a mis nueve perros, lo único que tengo y… Y no sé cuanto tiempo me queda… Yo quiero estrenar esta obra. No sé cuanto tiempo me queda -Zelda se asustó ante este repentino estruendo dramático y me miró como buscando una respuesta. Una gota de cordura en toda aquella situación delirante-.
Y, tras una leve incertidumbre, al no saber qué hacer, le seguí la corriente. Puse mi mejor cara de pena, y asentí suavemente con la cabeza.
-Vamos-, le dije, cuando me pareció ver que los ojos de Zelda se humedecían. Tomé a Niels del brazo y le eché una mirada de “no hay remedio” a la mujer.
Cuando salimos del Club A.E.B.U la lluvia había parado y caminamos al muy lento paso de Neils hasta 18 de julio. Al pasar por CopiSer, a través de los vidrios, pude ver al tipo que nos atendió. Seguía trabajando en lo suyo. Entonces, me volvió a la cabeza lo que Neils me había hecho escribir sobre él.
Una vez en la parada de obnibus, nos despedimos. Yo iba a casa, él adonde sea. Me tomé el primero que me dejara cerca de casa. Sentada en el asiento de liciados, llena de mocos y sin pañuelo, comenzaba a relacionar todo lo que había pasado durante aquella tarde: la vida de Neils, las escena ante Zelda. ¿Qué tan importantes era realmente la obra para él? A mí me llenaba de entusiasmo, pero como muchas otras cosas que puedn entusiasmarle a la gente de veinte años. Al bajar, ya sabía que algo se iba a fractuar. Era probable que pronto dejara en el olvido toda aquella ilusión, de modo que a la vez que intentaba retenerla en estas líneas, se pervertía con la simple intensión.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

La Tía de Carlos



LA TÍA DE CARLOS

De Brandon Thomas
Versión de Horacio Buscaglia

Sala Teatro A.E.B.U
7 de setiembre, 20hs

Carrasco Lawn Tennis
18, 25 de octubre y 1 de noviembre

Lo peor que le puede suceder a un hombre es tropezar dos veces con una misma piedra. Así le ocurrirá a Godofredo, que en su celoso intento de guardar la honra de las jóvenes Pilar y Mercedes –como tutor de éstas- perderá su propia honra.

Carlos y Roberto –enamorados de las jóvenes- harán todo lo posible para alejar al feroz guardián, y así lograr estar a solas con las chicas. Su empecinamiento llegará hasta el punto de hacer fingir a Paco -uno de sus amigos- ser la tía millonaria de Carlos para enamorar al pobre Godofredo y convencerlo de que autorice el matrimonio.

El argumento de la obra gira en torno a una serie de confusiones que se generan a partir de la duda acerca de quién es la verdadera tía de Carlos. Ambientada en el Montevideo de los años cincuenta- sesenta, es, sin lugar a dudas, una excelente adaptación de la obra original de Brandon Thomas y un claro exponente de que no todo lo que parece ser de una forma realmente lo es.

Sin color ni finalidad

Hace tiempo que esta foto, que ya debe de ser conocida para la mayoría de ustedes, está en mi escritorio esperando ser utilizada. ¿Cuál es su finalidad aquí? Pues, aún no la tengo clara.




viernes, 27 de julio de 2007

Hay olor a bandera yankee quemada


"Hay olor a bandera Yankee quemada", pieso mientras voy circulo -en un corriente 26 de julio- por la calle 18 de julio a pasos de la Plaza Libertad.

Pronto los sonidos se hacen se hacen claros, de modo que no tardo demasiado en vislumbrar a ese puñado de "anti-imperialistas", "anti-capitalistas", "anarquistas", o ya no sé de qué forma llamarlos, que se han aglomerado con sus pancartas; sus aullidos desesperados, de esos que aclaman a toda costa ser escuchados; y sus energías. Energías incomprensibles para quienes no las comparten, necias y obstinadas, de corte juvenil: construidas a fuerza del recuerdo del pasado - pasado de dictadura militar-. A esto han de sumársele los cuerpos arrugados, que evidencian el paso del tiempo, y germinan un segundo conflicto. Uno que nace en el idealismo en sí mismo, en el hecho de amar algo difícil de alcanzar. El tiempo pasa, las fuerzas se debilitan y es poco lo que cambia, además de la persona.

La manifestación es a los pies de la estatua-monumento de la Plaza Libertad. Ésta percibe lo sucedido con un temple indefinido, mirando el cielo con su típica expresión ausente de "no sabrán lo que estoy pensando". Yo, que me he detenido justamente en el lado opuesto a donde se está produciendo el hecho, la observo largo rato, y camino insegura, decidiendo al azar cuál va a ser mi actitud al respecto.

No tardo demasiado en decidirme: cruzo. Luego de escuchar un discurso del que poco es lo que saco en limpio, me acerco a un grupo que está en enardecida discusión. "Eh, una pregunta, me podrían decir qué...", no llegué a terminar la pregunta cuando se me vinieron encima. "Estamos protestando por nuestra... por un jovencito que...eh...", me dice la más vieja del grupo, una señora educada con sonrisa amable. "El problema es que en la protesta que hicimos cuando vino Busch fue apresado un chico, supuestamente porque había destruído un vidrio de Mc Donald´s. De lo que nunca se pudo probar nada, y le dieron condena de sedición, lo peor de lo peor". De esto saltamos al Socialismo en general. Me recomiendan libros, me dan sus mails para que consulte dudas, y hasta me invitan a un seminario, cuando lo único que quería era saber qué sucedía.

"Fijate, vos, ¿sabés lo que es una tortura?", me dice Cristina, la más joven con unos treinta y algo encima. "Sí, es eso que le hecieron a todos utedes por protestar, robar, quemar, matar y no queres hablar. En pocas palabras por DAÑAR", pienso y me parece ver a mi mamá diciendo lo complicado que era todo. Hablando del orden y el desrden, del bien y el mal. "Ah, este gobierno de...". Y, qué se yo. Más aún, cómo puedo tener una opinión formada si apenas sé lo que es un tupa. "No, no lo sé", le dije. Y cambio de tema tan pronto como puedo, antes de que empiecen a preguntar más sobre mí. Definitivamente, y no sé por qué, no quiero que me coloquen una gran "F" en la frente, y si lo hicieran quisiera descubrir que lo aceptan. Que pueden ser personas espetuosas y abiertas como yo intento ser con ellos. Mientas sigue la charla -de aproximadamente 30 minutos más- sin darme cuenta, insisto una y otra vez sobre la importancia de la tolerancia y el respeto. Si lo pienso, creo que, desde un principio, notaron mis pequeñitos prejuicios escondidos tras el eslogan de "serás respetuosa", pero de todos modos tengo la sensación de que les simpatizo, y eso me deja en un estado de paz. Un extraño y, paradógicamente, perturante estado de paz.

domingo, 1 de julio de 2007

SA


Silencio
La niña de manos arrugadas quiere ir a Machu Pichu. Enciende la radio y no hay camino: marcha, marcha, marcha. Son las doce y media de la noche. Tiene ganas de vomitar, la noche parece irreal, parece un "Sueño de una noche de verano". Reitero: tiene ganas de vomitar, siente como si hubiera fumado -o consumido de cualquier otra forma- algo de eso, eso nunca ha probado pero imagina cómo es.
Sabe lo que es. Es miedo. Conocer da escalofríos. Algo vive, late, pero sordo -a veces-. Se tira en el piso y se duerme pensando en lo que dirá el hombre con el traje de piel: “Cuestiono. Lo hago porque me gusta, porque soy un falso erudito, porque me hago, me hago esto y aquello, y me hago pipí en la cama y en la calle, en las calles de Montevideo y de Cuzco, pero con estilo. Soy yo: especial. Qué más puedo hacer”. Y qué va a hacer, va a llegar a su casa y va a llorar, como todos. Y sólo sus manos negras serán testigos de la pena.
“Critica, critica, finge, finge, pero por favor, no pares de llorar. No te guardes toda esa belleza para ti mismo. Y, ¡basta de hablar! Alguien ama tu silencio? Sé que estás harto de gritar, no lo hagas más. Calla, calla, calla y escucha. Y no pares de llorar”, dice, en sueños, la niña de las manos arrugadas.
Las magnitudes se han alterado. ¿Cuándo dejará de pensar las cosas y se detendrá a observarlas?
“Norte, Sur, Este, Oeste”, le dice el negro –personaje de su sueño-. “Excelente. Pero, no te olvides de que puede existir una cuarta dimensión”, reaponde una voz. Sagan decía que esto es fácil de entender si nos comparamos con un hombre que vive en un cuadro (vive en dos dimensines). ¿Qué verá fuera del cuadro? Dos dimensiones. En su cabeza no cabría la posibilidad de que allí fuera existiera una tercera dimensión. Ahora, ¿qué ves cuando ves el cielo?

Acción
Se dispone a volver a casa. Ha quedado de encontrarse con alguien para volver juntos, entonces, se desvía del camino. El cielo brilla púrpura por la noche, el frío quema la piel, y ella prueba. "Porque todo en la vida es un sueño, y los sueños, sueños son". Prueba imaginar cómo serían las cosas si no fueran como son. Juega y se apresura a hacerlo porque sabe que su oportunidad terminará pronto. La calle está desierta, se coloca detrás de un hombre que no conoce y camina exactamente una cuadra y media detrás de él. Pisandole los talones. Las sombras se funden, y allí, entre ambas, se acurruca el miedo. Pronto se da cuenta de que algo está mal. Camina más deprisa, lo pasa. Tensión y emoción. Sabe que, a partir de entonces, por las noches cuando duerma, aquel hombre tendrá pesadillas; pero, lamentablemente, no será ella la autora de tal espectáculo.

¿ Es hipócrita quien habla demasiado del silencio?

jueves, 21 de junio de 2007

UNA FLOR EN MARCONI


Marconi es como un pueblo de almas deseosas y cuerpos desnudos. Todo huele a miseria, pero bastan unas horas para adaptar la nariz a ese aroma, su dulzura nos adormece y, al cabo de unas horas, ya nos hemos acostumbrado. La costumbre es lo peor, hay un doble vicio en torno a ésta. Por un lado para las familias que viven allí y creen que será provisorio. Se mudan al asentamiento porque han perdido el trabajo y a largo plazo el dinero no les es suficiente para mantener una casa, o quizá porque no han podido pagar la cuota de la pensión. Pero, el tiempo pasa y, no por comodidad, pues es lo que menos tienen, sino por otras razones se quedan. Por otro lado existe un vicio que se gesta en los que lo han sentido de lejos, se han habituado a él y han perdido la capacidad de horror.
Micaela me abrió las puertas de su casa, como nadie nunca antes lo había hecho, sin saber cuáles eran las razones por las que estaba allí. Pasé treinta minutos con ella creyendo que era un niño. Le pregunté si tenía novia y me dijo que no porque era una niña, me lo dijo con una frialdad indescriptible. Luego, agregó que tenía el cabello corto por los piojos. Esta niña me presentó a su familia; me permitió sentarme en su cama, me enseñó sus muñecas y hasta subió sobre mis hombros. Todo en un día y sin una razón concreta, sólo sed, una sed que saciamos un poco, recíprocamente: ella con su agua y yo con la mía. Yo iba en nombre de todas esas personas que se alimentan y no pasan frío, para que deje de temerles, para intentar aminorar las distancias. Las distancias que separan nuestras casas y nuestras almas igualmente humanas.
En Marconi las casas son precarias, hechas con palos de madera y chapa. Tiene piso de barro, en su mayoría, y no tienen baño: la gente hace sus necesidades en un tarro. Las “casas” no ofrecen resistencia a la lluvia ni al frío, las manos de los niños están sucias, utilizan palabras sencillas, las aspiraciones están limitadas y los sueños son demasiado ilusos.
No es fácil crear una única teoría sobre cómo funciona todo allí. El espectro de casos es infinito. Sería un error decir que sólo viven para tener hijos y fumar pasta base, pero sí es la primer impresión que uno se lleva: mujeres muy jóvenes con niños, y drogas: el cáncer de Marconi.
Micaela es una excepción. Tiene nueve años, va a escuela y, según lo que pude ver en su cuaderno, tiene buenas notas, lo que, muy a su favor, la enorgullece. Cuando le pregunto qué quiere ser de grande me confiesa que quiere ser partera. Es extremadamente comunicativa, expresiva y aguda para su edad. Me sorprende y me desconcierta. Pero, de todos modos, se le ve la falta, la ausencia. En un momento me pregunta si tengo hijos, le digo que no. Se sorprende y me pregunta si no quiero ser su mamá. Pero ella no me quiere a mí, ni quiere otra madre, desea pertenecer al otro mundo. A uno que no se define de forma física, en el que las cosas van con mayor rapidez, incluso cuando son lentas: se detienen y vuelven a andar pronto.
En el asentamiento raras veces hay aceleración. No hay crestas y valles, se está largo tiempo de una forma o de otra. No hay falta de amor, sino de fe. No hay falta de dinero, sino de progreso. Hay mil faltas con sus respectivos sufrimientos, pero sobre todo, en la cumbre de las faltas está la dignidad. Una palabra tan enorme como la humanidad, y tan pequeña como una moneda de veinte centésimos.

lunes, 28 de mayo de 2007

TODAS LAS PALABRAS




Entré en aquella habitación. Nadie notó mi presencia. Algunas personas la rodeaban y aparentaban no prestarle atención. Ella dormía en silencio, aún con algo de vida. Cada cual en sus pensamientos. No lloraban, pero se sentía una gran tensión, como si el dolor estuviera pujando y queriendo traspasar los límites impuestos. Era un tipo de dolor que nunca antes había visto: sufrían por el destino impronunciable. Yo los observaba desde afuera, como un testigo de la situación. Sus ojos, a veces, se posaban en algo y los míos, con discreción, recorrían la escena.
Poco a poco se fueron todos. Mis padres, que pertenecían al grupo, bajaron a fumar un cigarrillo. Yo permanecí allí, aunque no lo notaron. Estaba cerca de ella, sentada en una sillita baja a unos pasos de su cama, con la boca entreabierta.
Tendida en una cama de hospital, Josefina acariciaba con la punta de los dedos la delgada tela divisoria y esperaba.
Mientras la observaba: tan tiesa, tan fría, tan muerta en esos minutos de soledad que me permití con ella, pensaba en lo mucho que no compartimos. Observaba sus labios. Labios inútiles que jamás me besaron, que jamás me contaron historias. Nunca me había dado una tarde de su vida, nunca me había dado una palabra. Yo no la conocía.
Luego le observé el cuerpo en su conjunto: sus manos, su rostro envejecido. Dicen que de joven era hermosa: tenía el cabello muy rubio y los ojos negros. Era pequeña de cuerpo pero tenía un gran carácter: era determinada y fuerte, y su presencia imponía respeto. Su pecho, totalmente plano por el cáncer, en otros tiempos había sido el primer alimento de mi padre y de nueve niños más. Dicen que cocinaba de maravilla: inventaba platos (hechos con las sobras del día anterior) que eran manjares, y sus postres eran lo máximo, pero ella no los probaba. Se limitaba a ser la creadora.
No resistí la tentación. La tentación de encontrar en esa dama que aún no había perecido, en aquel despojo de vida que se negaba a abandonar el cuerpo, el amor que me debía. Entonces, trepé en la cama y me deposité a su lado dispuesta a revivirla, al menos por un minuto, para guardarla en mi memoria y en mi corazón. Necesitaba que me dijera cuánto me amaba, cuánto lo sentía, cuán arrepentida estaba de no permitirse conocerme. Le tomé la mano, acerqué mi rostro y besé a Josefina. Le hablé de mí y, por un minuto, la quise. Fue el minuto más real de mi vida.
Ahora éramos una. Su cerebro muerto era un cementerio de recuerdos; su vida, un susurro. Un susurro pasado, que ya se hacía un suspiro. El rostro de mi abuela lloraba sin lágrimas. Y me dio pena. Me dio pena el tiempo, sus lágrimas que no tenían por dónde salir.
Allí estaba yo, sentada junto a ella. Tomándole la mano. Su mano me aferró con fuerza. Con mucha fuerza. Allí quedaba algo. Nuestras manos se apretaban con dolor.
- Dicen que es un reflejo- dijo una voz detrás de mí. Me di la vuelta y allí lo vi: mi padre recostado en el marco de la puerta.
- ¿Qué?, ¿qué es un reflejo?- le pregunté.
- La mano. Que te apriete.
- Lo sé- le dije, aunque mentía-. ¿Crees que puede escucharme cuando le hablo?, he oído decir que así es.
No respondió, caminó hacia nosotras. Él la conocía mucho, y la quería, aunque no siempre tuvieron una buena relación. No parecía demasiado afligido: ella siempre tuvo una salud muy delicada y esta vez ya era hora de descansar. Yo aún seguía sosteniendo su mano que, de a ratos, me apretaba. Papá se colocó del otro lado de la cama y la acarició con el dorso de la mano desde los pómulos hasta la comisura de los labios. Era un roce, apenas llegaba a ser una caricia. Él la miraba con un cariño sin reproche, con todo ese amor que los hijos tienen guardado. Luego retrocedió unos pasos.
-Sí. Sí te escucha- concluyó finalmente.
- ¡Te quiero!- le dije sin soltarle la mano a su madre. Él hizo un gesto, algo así como una sonrisa. Y, sin decirlo, me respondió.
No volví al hospital. Ella murió durante la noche, en uno de los días que siguieron a mi visita. Apartado en su habitación, mi padre se tapaba la cara con las manos. A través de éstas se escapaban algunas lágrimas. Fue la primera vez que vi llorar a mi padre. Entré, lo abracé, pero no lloré, no podía hacerlo, aunque lo deseaba. Tenía que sostenerlo.
Nunca más volví a ver a Josefina, pero a veces me parece sentir la mano de mi abuela que me aprieta, y su voz que me dice cuánto me quiere.

jueves, 19 de abril de 2007

Bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas


Aspiro la profundidad de todo un océano.
Y, con eso, la sensación más divina inunda mi cuerpo.
Ya no iluminarán tus luces mis ojos
cuando la noche caiga,
y el sol no refleje en mí tu aura incandescente.
Ni suspiraré al oír tu voz,
mientras el silencio de la tristeza me haga perderte.

Ya no más mi querida,
mi amante por la noche y por el día.
Ya no será tu esclava,
ni tú la mía.
No habrá más dolor que estalle en alegría,
ni caricia más hermosa, que
sea cuchilla fría.

Ya no habrá mentira,
cuando de la rosa caiga
el último pétalo, que
fin será de ti mi vida.
Y de ti voy:
erudita ignorada mía.

miércoles, 18 de abril de 2007

Más allá de la bóveda


Séneca y el Universo

Yo creo que el Universo es el mayor misterio, más que la muerte. Tal vez algún día conozca el final de mi historia, pero qué con el resto. No creo que llegue a saber qué es lo que hay allá arriba. Uf, esto sí que me revuelve por dentro.

Encontré esto. Lo escribió Séneca, un filósofo romano, en el siglo primero después de Cristo.



En algún momento de nuestras vidas nos hemos cuestionado acerca de qué hay más allá. Esta pregunta es importante en cuanto nos coloca en una posición de pensadores. Somos algo así como filósofos meditando sobre el Universo. Comprender que hay todo un Cosmos que desconocemos a nuestro alrededor, nos impulsa a entendernos bajo otros términos, y a ver la vida de otra forma.

Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia tan vasta… Por lo tanto este conocimiento sólo se podrá desarrollar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan claras… Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya borrado el recuerdo de nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada si no ofreciera a cada época algo que investigar… La naturaleza nos revela sus misterios de una vez para siempre.

SÉNECA, Cuestiones naturales,
libro 7, siglo primero.

martes, 17 de abril de 2007

lunes, 16 de abril de 2007

Un amigo imaginario


Who is Zo?

Una criatura salvaje se ha metido en nuestras vidas.


Temo por la salud mental de Lola, mi queridísima amiga de la infancia. El hecho es que tiene un nuevo amigo imaginario. Digo nuevo porque no es la primera vez que me cae con una locura de estas (dato: Lola tiene veinte años).
Ésta vez es diferente: Zo (así lo llamó) ya lleva viviendo demasiado tiempo. No me parecía tan anormal que ella cultivara amistades imaginarias de una o dos semanas, pero Zo ha nacido hace casi un año, y creo que no tiene pensado irse.
En una visita normal a mi amiga no falta algún comentario sobre el tema. Por lo que no se sorprendan si en algún momento olvido que Zo no existe. Las descripciones que Lola hace de él son tan detalladas que lo he llegado a conocer como si lo viera todos los días desde.
Lo curioso de este personaje es su caracter irracional e impulsivo.Es un tipo de Neardental del siglo XXI. Es una criatura de sexo indefinido (imaginemos que así es para evitar pervercidades), que anda desnudo corriendo por todos lados, y sólo habla con mi pobre amiga.
Es curioso, ya les hablaré más sobre él.

viernes, 13 de abril de 2007

En que pensamos mientras nos duchamos?

Siempre me he preguntado qué es lo que hacen las personas durante horas en el baño. Cada ducha se convierte en un misterioso ritual en el que nadie más que uno puede participar.
El shock térmico parece dejarlo a uno como en un estado de éxtasis en el que el tiempo se convierte en una variable despreciable. Nos adormecemos.

Es un sueño conciente pero igualmente regocijante. Nuestros ojos navegan el cosmos del duchero y participan de cada detalle del azulejo, la etiqueta del shampoo o el pequeño cepillito para los pies, que ha sobrvivido años allí colgado sin que nadie lo use.

Y así, pasas por lo menos 30 minutos en ese estado narcótico. Lo observas todo al detalle mientras te queda el cuero cabelludo irritado de tanto masajear. Los detalles son los mismos. La disposición de los utencillos no han variado desde hace mucho tiempo, los vez día tras día desde hace años. Y los seguirás analizando.

Conclusión: hemos invrtido dos semanas anuales de nuestras vidas al análisis de etiquetas y cepillitos.

Qué indigno

jueves, 29 de marzo de 2007


La Mamushka


Son cajas: cubos perfectos de madera, y otros no tan perfectos. Así las veo en las calles. Caminan perdidas, ensimismadas en sus problemas. Caminan y caminan con rumbos que sólo ellas creen conocer.

Hay cajas grades y cajas más pequeñas de cuyas partes inferiores se asoman pequeños pies que se mueven graciosos, con ligereza. En la parte superior tras dos hoyuelos sus ojos se ocultan con un dejo de tristeza, como con temor de ser descubiertos. Algunas tienen envoltorios de regalo: de colores, con moñas y adornos. Otras, desnudas, son tan comunes que no las percibimos. Las hay pequeñitas sin abrigos, temblorosas, sin sed de beber de los placeres de la sociedad por desconocerlos.

Hay depósitos para estas cajas, donde con solemnidad se las coloca al desaparecer como si valiesen algo. Y a cada tanto, sus hijos y conocidos visitan sus restos y lloran sus ausencias.

El otro día caminaba en silencio bajo el cielo púrpura de las cajas. Tomé asiento, me acerqué a la tierra. Mi tiempo corría con menos prisa que el suyo y desde allí las observaba. Las observaba desde afuera: cubos perfectos de madera, y otros no tan perfectos. Sin que lo notara se sentó una a mi lado y lloró. Lloró durante horas (horas eternas), hasta que le pregunté por qué lo hacía. Sus ojos violetas me miraron con timidez y alivio, como si desde un principio hubiera estado esperando esa pregunta, y finalmente dijo: “Por ti”, susurrando.

lunes, 26 de marzo de 2007

Para Nacho

TIGRE VENGADOR




Abrí los ojos, y ahí estaba: aquel niño me odiaba. Por alguna razón que nunca nadie supo explicarme, parecía detestar mi presencia. Fue él quien me tiro de la cuna, me hizo llorar el noventa por ciento de las veces e infinidad de cosas más. Y también fue él mi primer amor

Todo funcionaba a nuestra forma: cuanto más me pegaba, más lo adoraba; cuanto más me evitaba, más intentaba yo perseguirlo. Él me detestaba y yo lo admiraba. Quería ser como él: tenía cinco años más que yo pero era muy chiquito, bien flaquito, peludo que daba miedo, y con esa cara de malo que también daba miedo. Éramos lo máximo: mi hermano y yo.

Nuestra relación funcionó basada en la distancia, hasta que apareció él. El otro que sí me quería (aunque no era demasiado gentil conmigo), no era ni la mitad de agresivo de lo que era el original. De un día para el otro, Tigre Vengador se convirtió en mi mejor amigo. Él no se hacía ver siempre, para que esto ocurriera el otro (mi hermano) debía caer en un profundo sueño y así, Tigre Vengador podía entrar en acción.

Él era un superhéroe de otro planeta, o algo así, de ahí su rarísimo nombre. En realidad, nunca me detuve demasiado en preguntar esos detalles. Cosas que hoy considero muy curiosas en aquellos tiempos me daban igual. No quería pensar demasiado en quién era en realidad él: el simple hecho de que existiera me hacía la niña más feliz del mundo.

Aquel personaje poseía un sinfín de atributos muy bien desarrollados. Sabía hacer todo tipo de cosas que yo ni siquiera sabía que existían. Profundicé en el robo, haciéndolo con los nísperos del árbol de una vieja vecina. Esto demandaba una complejísima técnica: uno debía aprender a trepar, saltar, esconderse o, si era necesario, correr muy rápido, entre otras cosas. También me introdujo en el arte de consumir alimentos silvestres: conocí con él que era el sabor del pasto, las moras del cerco y el juguito que salía de unas florcitas blancas (el último sabor que fue el mejor). Junto a Tigre Vengador descubrí el lado positivo de ser un niño, hecho que hasta el momento de conocerlo, para mí tan sólo significaba limitaciones y más limitaciones.

Todo marchaba de forma particular: por un lado estaba Tigre Vengador que me quería y con quien jugaba siempre que se presentara; y ,por otro lado, estaba mi hermano, que parecía odiarme, pues sólo se dirigía a mí para insultarme o, en el peor de los casos, darme alguna zurra sin que mi madre lo viera. Pero “como todo cambia” (frase que descubrí en esos tiempos), algunas cosas cambiaron. El tiempo había pasado, y gradualmente, Tigre Vengador comenzó a visitarme con menor frecuencia. Pero, a su vez, la relación con mi hermano comenzó a ser más cercana. Y así sucedió: mientras Tigre Vengador moría de a poquito, nacía otro ser precioso. Descubrí que nada es lo que parece, y aún no sé bien quién murió en verdad: Tigre Vengador o aquel niño malo que me odiaba.

jueves, 15 de marzo de 2007

Cartas a Diana

Carta 1

Querida Diana:

Sé que tardé en decidirme. El tiempo pasó con demasiada rapidez y no me di cuenta. El tiempo es así: yo siempre te lo advertí, y de todas formas insististe e insististe en que era y es algo necesario. Y aquí estamos.

En momentos recuerdo que te has quedado allí. Se han detenido tus agujas, han quedado intactas, perfectas. Tan perfectas como vos. Y yo..., yo he atravesado el plasma, viajé y viajé en contra de mi voluntad. Voluntad que supiste amoldar a tu sabiduría divina.

Diana, mi recuerdo de la niñez, preciosísima niñez, son tus ojos, diáfanos ojos, y tus palabras salidas de La Boca, boca de Dios, que me enseñaron, simplemente, a amar. Cada día un poco más. Y aquí estamos: tú sigues siendo eternamente niña, y yo crecí.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Punto exacto I



El jardín colindante



Mi vecina, la señora que tiene su casa junto a la mía, es el tipo de persona en la que, muy probablemente, me voy a convertir en algunos años. No me pregunten por qué. Quizá deban cuestionarle este tipo de cosas a Naturaleza, la responsable de tales desgracias.

No la veo muy seguido. Esta señora suele encerrarse entre cuatro paredes muy bien construidas, y raras veces sale y expone sus ojos, ojos pequeñitos y temerosos, al sol. Entonces, en provecho de sus inusuales lapsos de exposición, de forma casi inconsciente, me dispongo a atacar. Me acerco a la periferia de mi jardín que es lindero al suyo -ambos están separados por un muro medianamente alto, que parece crecer día a día, por el que apenas en puntas de pie puedo llegar a ver hacia el otro lado-. Ahora ella riega sus plantas. Éstas están muertas, pero ella no lo nota porque la luz de las mañanas de verano la ciega demasiado, y es aún más dolorosa para el que no acostumbra llorar. Le hablo, y no sé el porqué. Y cuánta pena. Me da pena el tiempo que la ha castigado, y a nuestro cariño.

Mi vecina es una extraña mujer. Ora es sombría, ora es hermosa. Puede ser confusa e impenetrable, de esa forma que no se puede definir, como “Un bosque impenetrable donde no existe el bien ni el mal”, como decía Diana, “porque ni el bien ni el mal existen”. Pero hay veces en que todo se ilumina y, por un minuto, exactamente un minuto precioso, todo parece simple y diferente, ella es diferente. Ahora es hermosa: está regando sus plantas que parecen vivas, y hasta me susurra desde su triste jardín. Está tan lejos, pero la escucho susurrar desde la profundidad de ese hueco en el que ha decidido construir su casa y sembrar sus semillas. Me parece que me habla a mí, me está contando secretos. Ella me quiere, me quiere alojar y me quiere salvar, pero también se quiere salvar.

Me invita a tomar el té, una vez más. Por la tarde, cuando el sol calienta otras flores de nuestro planeta, tomo una llavecita que abre un pequeño portón que una vez hicimos poner en el muro que separa nuestros jardines. Así, cruzo a su morada. Me invita a pasar, siempre lo hace, con extraños ataques de gusto, acepto. Me siento a su lado, pero mantengo distancia, y la escucho, y la observo. Observo ese único hombro, que encaja perfectamente con mi cabeza. Entonces, estamos cerca y percibo que en verdad no susurra sino que grita. Yo callo, me limito a tomar ese té suyo que me fascina, pero por lo general me cae mal. Bebo y escucho sin entender. Y luego me marcho. Siempre me marcho.

Cuando vuelvo a casa, por la noche, todo parece diferente. Me cuesta volver a adaptarme a lo mío. Lo que antes me era natural, ahora me hiere, me perturba. Y, al poner la cabeza en esa almohada fría, a veces lloro. La mojo toda, y ésta, obediente, absorbe todo mi dolor. Dolor que no logro definir, que me confunde, que es como “Un bosque impenetrable donde no existe ni el bien ni el mal, porque ni el existir existe”. El mundo se me dilata y la Tierra, como tantos oros planetas, sigue girando alrededor de alguna estrella despreciable en comparación con la enormidad del Universo. Y yo, la más infinitesimal criatura, lloro, hasta que me vuelvo a acostumbrar.