miércoles, 10 de diciembre de 2008

Incapacidad motora y otros síndromes repugnantes

"Estudiar o no estudiar", esa es la cuestión. Tengo los pies ampollados y, desde hace dos días, no puedo caminar. No hay mejor excusa, sin embargo me atrae más bailar música de Kusturica en la silla con ruedas de mi computadora, que leer algo que no sea Mil Grullas de Kawabata.

El lamentable suceso, en que perdí momentáneamente la razón de mi existir (léase:capacidad motora), sucedió el fin de semana pasado. Mi amiga Carolina, compañera de aventuras, catalogaría a este incidente como un castigo divino por "hacer cosas locas" sin ella. La vida del decadente es así, al punto de llamar "cosa loca" a algo tan sencillo como caminar descalzo sobre el asfalto caliente.
Ahora, gracias a Dios y al apoyo de mi familia, que insiste en hacerme creer que soy una maricona exagerada; las ampollas de 3 centímetros de profundidad, están reventadas: el dulce agua corre por mis talones y las lágrimas por mis ojos. Bienvenida la fortaleza.

"Le deseo una pronta recuperación", me dijo el psedo- Dr. Otegui, luego de recomendarme pegar un algodón, mojado en yodo, con cinta adhesiva sobre la herida. Lo que en sí supuso una evolución, en lo que a "recomendaciones" se trata. Me refiero a que hubo quien me aconsejó que, una vez explotadas las ampollas, quitara la piel y rociara perfume. Aclaro: no le hice caso. (¡Gracias, sentido común!)

Heme aquí, entonces, girando sobre mí misma a 40 kilómetros por hora, en esta silla enclenque de computadora. Bailo con movimientos rotatorios y de traslación sobre una órbita inconscientemente definida; al son de esta música demencial. "Verano, dulce verano", pienso mientras miro de reojo, sobre el escritorio, a todo lo que nos separa.

jueves, 2 de octubre de 2008

La noche de los cristales fucsia

Nada se asemeja más a la bondad. La noche es un manto de ansiedad, de búsqueda, de más ansiedad. El cielo está pintado de colores. Las luces son de la ciudad, de los autos, de los seres que deambulan por las calles. De los seres que buscan. Todo esto al final de la avenida. Aquí adentro todo va lento, todo va nadando entre las lágrimas más hermosas que el Universo pudo concebir.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El juguito amarillo de una movida pacífica

Él tenía aliento a violencia. Me acorraló, usando como barrera a sus compañeros de grapa "El Viejo Pancho", en la entrada de la sede de Nacional, ayer martes, el día del banderazo frente a la AUF.

"Ahora no es momento para que filmes, ahora estamos todos muy calientes, ahora...", logré descifrar entre balbuceos y escupitajos con gusto a grapa, que me caían justo sobre la boca. Sus labios se veían finos y paspados. Era una persona desgreñada, la mandíbula bien marcada, ancha, lo hacía muy masculino. Tenía la piel carcomida y la mirada perdida, de fumatina.

Entre tanto: "Yo no estoy del lado de nadie, yo sólo quiero hacer un videíto sobre ustedes", le suplicaba que me dejara filmarlo; y en mis adentros, que me dejara dejarlo escrachado. "Miren a esta escoria humana". Sí, quería que me dejará exprimir ese juguito amarillo del periodismo de estudiante barato, sangriento y conscientemente equivocado.

Y, a todo esto, no encontraba la forma de librarme de su cercanía tan incómoda, de su aliento que me daba entre asco y miedo (de mojar pañales). Un miedo motivado por una imaginación poco fructífera, una especie de ensoñación en la que suelo caer, en la que, esta vez, ese hombre que me miraba de arriba con ganas -ganas alcohólicas-, me perdía cariño y me daba con un cuchillo en la boca del estómago.

Y, una vez en el mundo de los hechos reales, me libré de su intimidante discurso. Me deslicé y abandoné el cautiverio (mentiría en el cómo). Y, viéndome libre de todo peligro, volví a la sana costumbre de la razón y caí en la cuenta de algo: " Te saco de algún lado", le dije. A lo que respondió, muy estelar: "Estuve en la Perrera, ¿viste la película?". Y pensé: "¿Este es el tema de la semana? Odio el fútbol. "¡Así que es actor y todo!"

sábado, 23 de agosto de 2008

Cara de Cocker

No pasó de una ensoñación, tal vez. Hay momentos en la vida en que hay que ser radical. Esta historia se sostiene sobre dos pilares: dos cosas que me sobran. 1) Tengo un principio de pulmonía, lo que equivale, hasta el momento, a seis días de reposo (cautiverio), una dieta basada en antibióticas y de postre té de Fárfara (una delicia). 2) Adictos a la nicotina en mi casa.

A todo esto, estoy desquiciada. Soy una rampante en cautiverio. Una cara de perro cocker mojado, que lame un pañal de bebé sucio, mientras su dueña le festeja (libre interpretación). El humo me entra por nariz y las lágrimas me salen por los ojos. Todo es una curiosa mezcla de amor y sadomasoquismo.

Entonces, el momento triunfal. Pienso en escupir el pañal y morder a la dueña, mas me limito. Me siento junto a los fumadores con un cigarro de marihuana en una mano y el teléfono en la otra. Disco el número mágico, prendo el cigarro y espero las reacción de mi público, mientras saboreo el néctar de la rebeldía

miércoles, 30 de julio de 2008

Mi primer Lanza Papas


El día que Larry intentó construir su primer Lanza Papas, las cosas no salieron del todo bien. A esta ocurrencia le debe una quemadura en el lado derecho de su rostro que le deja al descubierto parte de la mandíbula y el contorno del ojo. ¿Todo esto por un simple caño de pvc rociado con Glade, Axe (o cualquier sustancia del estilo), que se debe introducir por un entremo del caño, tras colocar la papa por el otro, de modo tal que, al recibir el efecto de una chispa, salga disparada? (AIRE) Claro que no, es más, mucho más.

"Mi Lanza Papaz ¡Cuánta belleza en un zimple artefacto!", pronunciaba una y otra vez Larry, influenciado por el efecto de la morfina, en su cama del CTI del Casmu. "Todoz llevamoz un Lanza Papaz dentro", agregaba Larry con zetas morfinianas, mientras tomaba entre sus manos a Papa (su papa favorita).

Años después, una vez que la herida de Larry hubo cicatrizado, mi amor adolescente por él pasó ante la simple perspectiva de una mandíbula crocante que me saludaba, cada vez que su hermoso rostro giraba hacia la izquierda. Fue entonces, que decidí dedicarme a la poesía y a vender caravanas en la peatonal Sarandí, en lugar de vivir de él. Al principio me fue bien, pero con el tiempo, no me dio la plata para comer y empecé a alimentarme con una especie rara de lombriz anaranjada que pululaba por la Plaza Matriz.

Volviendo a la historia del pobre Larry. Éste decidió reiniciar su empresa: El Lanza Papas. Yo lo vi por la tele (una de una casa de electrodomésticos en 18 y Carlos Roxlo). Me sorprendí al ver cómo lo aclamaba el público, que no se animaba a mirarlo de cerca (reitero por las dudas: tenía la cara quemada que daba Asco, sí con mayúscula). Público que estaba constituído por chicas con portaligas rosa y polleritas de tenista, unas señoras, algún que otro científico, que iba a curiosear con complejo de superioridad profesional, más un periodista de El Minuano. Un 23 de octubre de 1987, en el Parque Nacional de Pequeños Emprendedores, el joven Larry lanzó su primer papa al aire.

Se rumoreaba que una papa, de Lanza Papas promedio, podía recorrer aproximadamente unos 2.5 metro, con el rozamiento de un día de octubre sin viento. Yo, del otro lado de la mencionada vitrina, observaba todo aquello con la calma de la mujer poco pasional que siempre he sido. Lo recuerdo como si fuera hoy: Larry logró lanzar a Papa y en ese preciso instante la gente dejó de aullar y los pájaros de trinar. Las manos de las jóvenes temblaban, el periodista dejó su cámara a un lado para observarlo todo con sus propios ojos, las señoras se cerraron la boca de un golpe con las manos, los hijos de las señoras, que antes saltaban por todos lados, estaban rígidos mirando hacia el cielo. Y los científicos... se querían morir de pena.


El hecho es que Papa (la papa predilecta, que fue lanzada a los buenos aires), airosa y salvaje, llena de esa belleza propia de lo inmaduro, lo potencial, lo que está esperando ser liberado con un Lanza Papas; salió volando con la fuera de los grandes. Larry, sonrió complacido, con una mirada que lindaba entre la satisfacción y el éxtasis. Papa ascendía más y más, cada vez más. Al punto en que desapareció en el cielo celeste primaveral y cruzó la atmósfera para encontrarse con las bellezas de su clase en el espacio estraterrestre.

Mi querido Larry (nuevamente querido luego de tal muestra de virilidad) viró del éxtasis a la gravedad (psicológica). Se dejó caer, quedando de rodillas sobre el césped húmedo del Parque. Entonces, tomó una papa simple de su cesto amarillo, se colocó el Lanza Papas en la boca, y tras un "No lo hagas, infeliz Larry", que la multitud exclamó al unísono, se quitó la vida.



Basado en una historia real. En memoria de mi estimadísmo Messengerman.

Nota de pie: aún no entiendo cómo hice para ver esto por la tele, si no habían cámaras filmando. Deben de ser asuntos metafísicos, causalidad.

viernes, 4 de julio de 2008

Lejos, pero cerca

Somos como una lágrima que un día cayó de los ojos de Dios y, al rozar la tierra, apenas se dividió: somos hermanos.

(La foto es de la carta que escribió Nacho, con cinco años, a mamá el día que yo nací. Y sí, lo voy a extrañar).

jueves, 3 de julio de 2008

Magnolia

-Por qué no me lo dijiste antes, por qué no lo hice antes. Ahora, parece tan fácil mezclarse entre la gente, besar desconocidos por la calle, aunque nos acusen, nos señalen, nos insulten, siempre, siempre podremos decirles la verdad, enseñarles una sonrisa perversa por su sencillez. Ahora parece tan auténtico, tan fácil andar sin ropas, no mentir, ni fingir. Parece fácil enamorarse de todo, ver la belleza en todo. No cuesta nada pedir perdón y, simplemente, reconocer que somos simples.

-Duerme, querida. Duerme para siempre. Yo te estaré amando.


Una vez más, llora con Magnolia: una flor rara, pero simple.

viernes, 6 de junio de 2008

Moriana en el país de los necios

Moriana, con 16 años encima y cara de galleta, se sienta a lo indio en un almohadón de seda rojo con flores verdes. Come una especie de buñuelo duro, hecho de unos cereales raros, que le dan un aspecto desagradable, como de vómito cocinado.

Ahora, Moriana coloca sus brazos a un lado, apoya las manos en el piso y, con movimientos lentos, tira las piernas hacia atrás, gira la espalda y levanta la cola hasta que su cabeza queda apoyada sobre el almohadón y sus piernas apuntando al cielo, con los pies juntos.

A uno metros de ella, bajo una pérgola con flores, una señora elegante, con unos 45 años encima y cara de castor, lee un libro de decoración. A su lado, un hombre, con unos 50 años encima y aspecto de pigmeo inglés, corta algunas flores secas de la pérgola, de a una, y les rocía con un líquido con olor a desinfectante.

-Papá, te dije que no hagas eso cuando estoy leyendo. Ese olor me perturba -dice la señora con cara de castor.

Papá -el señor pigmeo- asiente con la cabeza y sigue echando el desinfectante. Luego de unos segundos, Mamá Castor, insiste.

-Papá, el olor... Ah, había olvidado comentarte. Esta noche tenemos una cena en la casa de Emilia. Podrías hacer pan casero. Es una idea fantástica. Emilia ama tu pan de nuez. O ese que lleva chispitas de sangre. Digo... de chocolate.

Moriana escuacha la conversación, se incorpora y queda sentada a lo indio sobre su almohadón.

-Mamá, yo no puedo ir esta noche a lo de Emilia. Tengo clase de meditación con la señora Paz -dice la chica.

-Papá, qué te dije del olor. ¡Es un asco! Juro que no lo tolero. Me desconcentra. Me perturba. Ya no sé ni lo que digo -reitera la señora, que ha dejado el libro sobre la mesita de vidrio, que está junto a ella, y ahora, se acomoda el pelo.

-Mamá, dije que no puedo ir. Papá, ¿no hay problema? -dice Moriana, que ahora dirige su mirada al pigmeo.

Papá asiente con la cabeza y sigue rociando las flores, que ya chorrean agua. Se han formado charcos a los lados de la pérgola.

-Pan casero. ¡Qué delicia! Me encanta el pan casero. La última vez que comí, Papá, fue aquella noche... hace como tres años, en el cumpleaños de Emilia. ¿Te acordás, Papá? Qué bien la pasamos en aquella fiesta. Comimos tan bien. La casa nueva de Emilia era un primor. Ella es tan fina, tiene tan buen gusto. Cómo la envidio -dice Mamá Castor.

-Mamá, te estoy hablando. He dicho que no puedo ir. No te molesta, ¿no? -dice Moriana.

-Pero, para mí. Lo mejor de aquella noche, amén de que la cena fue sensacional, y la casa de Emilia era asombrosa, fue el pan casero. Mmm, cómo amo lo casero. Sin duda, Emilia tiene muchas cosas; ja, pero no te tiene a ti, mi amor, un marido tan ejemplar. Ah, querido, el marido de Emilia, será todo lo que quieras, pero no hace ese pan de nuez, ni el de pasas, ni... -la Señora Castor, se ha acercado a Papá Pigmeo y le acaricia el cuello amorosa, mientras éste sigue echando agua.

-La señora Paz, dice que no puedo hacer yoga si a la vez me drogo -dice Moriana-. No es por la marihuana. Ella también fumó de joven. Pero desde que conocí el achís, la merca, crack, éxtasis... Mmm los opiáceos... la morfina y heroína son lo máximo. Desde que el padre de mi ex novio, ahora sólo un amigo, trabaja en la Clínica -se ríe- hacemos de todo. Hemos experimentado todo tipo de cosas, robado sustancias, trnagredido los límites, burlado las normas legales y morales. La otra noche fuimos a una fiesta, claro que tenía que disimular, pues estaba mi novio actual, Fernando, y su hermano, que es algo así como un ex, y no podía quedar mal. Porque es un chico muy bueno -Moriana, se va tirando hacia delante mientras le habla a Mamá Castor, y agranda los ojos-. Como decía es un chico muy bueno, y los chicos buenos no me sirven porque, como te estarás dando cuenta, soy un desastre - pega una carcajada-. Soy un verdadero desastre. Hace tres días que no me baño y no hago más que comer pan de nuez, consumir alucinógenos y dormir con hombres mayores de 30 años, pervertidos, niños pervertidos y con sádicos. A veces con dos o tres, y hasta con mujeres. Salvo por Fernando, que es bueno.

-Papá, ese olor -dice Mamá Castor con tono imperativo-. ¡Me voy a enojar! Y sabés lo que pasa cuando me enojo.

-Mamá, estoy embarazada -una lágrima se desliza por la mejilla de Moriana y, de pronto, se empieza a reir de su propia capacidad como actriz. Primero con una risita nerviosa y disimulada, luego a carcajadas, a gritos, pero por una extraña razón, no puede parar de llorar. Se levanta de su almohadón y, mientras se aleja de Mamá Castor y Papá Pigmeo, se golpea en el vientre con fuerza, con ambas manos y codos, y grita-. Embarazada, embarazada, em-ba-ra-za-da -Es una nena y se va a llamar Heroína o Perra, como su abuela.

Mamá Castor mira a Moriana y luego a Papá Pigmeo. Toma su libro.

-Papá, la nena está quedando loca. Debe de ser el colegio nuevo. Es una pena.

Papá Pigmeo deja de echarle agua a las flores, que han quedado arrugadas. Entonces, moja sus dedos en uno de los charcos y se los coloca en los ojos. Dos lágrimas le corren ahora por las mejillas. Mamá mueve la cabeza, suspira y sigue leyendo. Papá la mira por unos segundos y arranca, de a una, las flores arrugadas.

jueves, 8 de mayo de 2008

Miel

Cuando pienso en ella pienso en Janis Joplin y cuando pienso en Janis, pienso en ella: una niña simpática, de ojos pequeñitos, con un gran don, pero muy tonta. Aunque la estupidez no es algo fácil de diagnosticar, más aun en una filósofa.

Mi amiga huele a belleza infantil, sútil, de esas adornadas por un hálito divino, pero difícil de ver. Está pervertida por el mundo, es inocente. Habla de esas cosas que erizan la piel. Es absurda, pesimista e infeliz. Enormemente infeliz. Lo sé, no porque me lo haya dicho, sino porque la he visto llorar. Pero, sonríe y confiesa. Y justifica lo que confiesa. Sufre, pero ama. También es una romántica. Y ama a todo menos a ella. Se hiere, se muerde, se droga.

Su mundo es de miel. La prueba y la vuelve a probar. Y se hastía, se emborracha y se le pasa; entonces vuelve a probar. Busca un camino y no encuentra y no respeta ni a quienes la respetan. Es una niña confundida, trágica. No conoce más que lo que conoce, ni conoce qué más puede conocer.

Yo le canto, algo diferente a lo que cantaba Joplin, y le cambio toda la sangre, le doy un poco de la mía. Y no sé porque lo hago, pues me amo más a mí misma. Mas soy optimista y ella está sorda.

domingo, 27 de abril de 2008

Tocando el fango

Mugre

He cometido mil estupideces.
Me he contaminado
con la peor escoria del mundo
y he contaminado a inocentes en mi juego.
He llorado noches enteras,
por estúpida, por insensata,
por impulsiva y
por enamorada del mundo.
Me he desgarrado el corazón cristiano,
por los niños que he golpeado.
Pero, cuando las lágrimas rozan mis labios,
les siento el sabor.

jueves, 24 de abril de 2008

Los gorriones son unos genios, los palomos retrasados

Los palomos son grandes, pero sumamente tarados. Prefiero a los gorriones.

Ahora, mientras almuerzo recostada en el monumento que está la entrada de la terminal Tres Cruces, sentada en algo así como un escaloncito, comprendo la pasión que tienen las personas viejas y arrugadas por darle de comer a esos bichos.

Arrojo hacia un lado las migas de galleta que había quedado sobre mi falda y, cuando quiero acordar, tengo un grupo de gorriones a un metro a la redonda, que luchan por llevarse la mejor parte. Entre ellos hay un palomo, que monta un espectáculo nauseabundo con la tripa que lleva por pata y algunas otras heridas a lo largo de su inflado cuerpecito. Intenta meter miedo entre los gorriones. Conmigo tiene éxito: me dan ganas de correr... a vomitar.

Entonces, salta violentamente sobre el enjambre de gorriones devorador de migas y, de ese modo, se expanden de forma tal, que forman una perfecta circunferencia en cuyo centro se halla el palomo adefesio.

Los gorriones acechan y carburan el momento indicado para atacar. Y, cuando el muy imbésil, que está en el centro, va a picotear la miga más grande por tercera vez -tras intentos fallidos de captura- un intrépido gorrión, de esos esqueléticos y desgreñados, pega un brinco (¡Qué buena palabra!) y, de un solo picotazo, captura a la victima de harina con la que se va al vuelo.

Retrasado palomo (sí, lo he re-bautizado) tarda quince segundos en percatarse de lo que ha sucedido más otros diez para procesarlo y no darse de pico contra el piso, con la creencia aún impávida de que allí va a encontrar una gran miga para comer. Este tiempo es suficiente para que el resto de los gorriones se aventure a imitar al primero y arrasen con el manjar.

"Qué pedazo de tarado", pienso. Y centro mi atención en otros gorriones que han ido apareciendo ante la feliz noticia de que hay una solidaria donadora de migas y, por qué no, galletas enteras. Entonces, los pongo a prueba.

Un cuarto de galleta. "Allí va, para vos. Dale, dale, dale. Vos, sí, vos". Diez gorriones de cabeza, sólo uno gana. "Ja. ¡A ver si pueden con esto!" Media galleta y, al instante, me sorprendo cuando veo volar uno bien inflado con media galleta en el pico, olímpico. Y voy un poco más allá. Sí, un gorrión puede cargar con una galleta de agua promedio en el pico. Y, mejor aun, puede cazarla al toque y salir volando sin vacilar. Es buenísimo.

Sigo. Ahora ya tengo la esperanza de hacerme amiga de uno y hasta de poder entablar una conversación. Agarro la última galleta, me quedo con una mitad sobre la pierna y coloco la otra cerca de mí, a treinta centímetros, por ahí. Ellos me miran formados, atentos, con sus ojos chiquitos y dulces. Me hago la distraída, silbo y todo. Entonces, uno de ellos salta y se come el primero, mientras yo lo miro de reojo. Pero no vacila, huye de mi territorio volando.

"Muy bien, mis niños", y casi inconscientemente, los aplaudo, mientras algún que otro transeúnte me mira tiritando. "Ahora, me comen este otro", les digo y bajo la otra mitad de arriba de mi pierna, pero sin separarla, de modo que quedaba contra el piso, pegada a mí. Y espero. Nada. Absolutamente nada. Se echan para atrás y me siento una de esas tarántulas inmundas, multicolor.

Debo de admitir que me desilusiona un poco. Me quedo mirándolos un rato. Uno a uno se van yendo hasta que me quedo totalmente sola. Resignada me pongo a leer unas cosas. Unos minutos más tarde levanto la vista y no encuentro el pedazo de galleta contra mi pierna. Miro un poco más allá y, a algunos pasos de mí, el palomo está solo, parado sobre su pata sana y devora animalmente la media galleta, mientras sacude las plumas del pecho.

sábado, 5 de abril de 2008

Matilde

No sé que pensaría Freud de mí. Hace unos días soñé que tenía 900 hijos y todos me pedían al unísono un nombre. El problema es que estaba totalmente tarada, se me ocurrió sólo uno: Matilde. Ni uno más.

(Matilde: "Guerrero fuerte o valiente en batalla")

sábado, 29 de marzo de 2008

Platos de porcelana

Rutina: Julia ha peleado con su marido en la mesa. Ahora lava los platos, mientras su hija, hija de su anterior esposo, los seca. Amanda, amiga de su hija, que ha presenciado la situación sin asombro, se sienta en la escalera, que está junto a la cocina. Desde la habitación de al lado se siente cómo el esposo discute con las paredes. Ahora, las tres mujeres hablan de la vida, como si nada.

Amanda conoce bastante a Julia. Tienen una relación rara, de años de tomar té juntas, de ser la "amiga de la hija". Incluso ya tiene su taza preferida en aquella casa. Creo que se llama confianza. Amanda sabe lo que Julia piensa de ella. Pero igual la quiere, y pienso que Julia también. Después de todo, la vio crecer.

Julia ha estado hablando de todo un poco y, de pronto, comienza a hablar de su antiguo esposo: "Pobre hombre, cómo se esforzaba, se pasaba todo el día trabajando y cuando llegaba a casa estudiaba". Y friega los platos con fuerza sobre lo fregado, intentando limpiar donde ya no hay mugre. La hija los seca. "Y... ¿Cómo se conocieron?", pregunta Amanda. "En el liceo, en el nocturno -dice Julia, mientras carga la esponja con más jabón para seguir castigando la loza-. Nos casamos jóvenes y la tuvimos a ella. Sí que era un buen hombre", repite. Y se hace un silencio.

Amanda, desde su rincón en la escalera, observa la situación. Qué parecida era su amiga a Julia y qué diferente, a la vez. La segunda poseía una inocencia indescriptible, un dejo de santidad, tras su apariencia despreocupada. De pronto le dieron ganas de preguntar a Julia por qué había dejado al papá de su amiga. Por qué el divorcio. Ha comprendido que es obvio el porqué de la diferencia entre las dos mujeres. Es una ecuación simple: hay un sumando que falta. Un sumando que no es precisamente el que está en la otra habitación. Pero se queda callada.

(La imagen: Melancolía, Raul Cañestro Caba)

viernes, 21 de marzo de 2008

En el mundo de los hechos reales

Me subo al ómnibus con mis sandalias rojas. Esas con taquito, que me compró mamá en su intento por hacer de mí una criatura femenina. Eran las ocho de la noche y había quedado de encontrarme con Lety a las ocho de la noche. Aún tengo media hora de viaje más un ligero desvío hacia el centro para devolver una peli, que tuve en mi poder durante toda la Semana Santa.

Volviendo al ómnibus. Estoy desquiciada. Las sandalias me aprietan -porque nunca las uso-, recibo un llamado de Lety a cada diez minutos preguntando si tardaré mucho y, para colmo, el ómnibus viene llenísimo, de modo que no me queda más remedio que aguantar el dolor de pies con un mordisco seco de lengua.

La cosa se agrava cuando tomo conciencia de que algunos planchas, que vienen parados a mi lado escuchando música villera con el celular, me miran con cara de estar buscando pelea. Me la veo venir: cuchichean, me miran y ríen; con severas risillas satánicas, pero bajitas. Todo esto en el mundo de los hechos reales, como dice Onetti. Pero, por otra parte, de pronto, sacan una navaja tamaño ideal para atravesarme al medio y me piden: "Toda la plata, flaca, danoslo todo" , que no es demasiado, de modo que se ven obligado a golpearme en la cara y desollarme. Así de simple. Entonces, me empieza a picar el cuerpo, se me seca la boca y decido abandonar mi apariencia de ignorante ante la situación. La táctica se limita a lo de siempre: miro a uno de ellos a los ojos, muy seria, y, de pronto, comprendo que tengo que apostar a algo: a mi peor cara de pordiosera peligrosa satánica capaz de asesinar a alguien con un arañazo en la yugular (Aire). Bueno sí, soy una perseguida. Como mucho, de esta situación fuera del mundo real, me podría llevar un manotón en el... de regalo. !Qué necesidad!

Un señor se levanta de su asiento para bajar y me tiro de cabeza. Generalmente, suelo ser más atenta y pensar en la pobre ancianita que está a mi lado, con las piernas viejas y cansadas, las vísceras, los bíceps y las varices. Son esas cosas que, una vez nos enseñaron nuestras mamás, y nos hemos acostumbrado a hacer como buenos que somos. Pero, esta vez, no tengo piedad: me siento yo. Es que la doña de al lado no me cae bien y punto.

Abro El Pozo de Onetti y empiezo a leer desde el principio. Mientras ojeo las primeras páginas, intento recordar cómo Carolina nos lo había leído -a Lola y a mí- en voz alta y poética, aquella mañana en la playa. "Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo: "Date cuenta si serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita". Era una mujer chica con los dedos alargados en las puntas...", leía en voz alta haciendo gestos personales mientras lo hacía, reflejo de su forma de entender el texto. Intento recordar cómo pronunciaba cada palabra, su forma de tirarse los rulos de un lado para otro, mientras luchaba contra la miopía, la intensa luz del sol y el reflejo de la arena en las páginas. E intento pensar, también, en cómo todo aquello influenció mi interpretación y mi sentir con respecto a la historia. Ja, y también recuerdo que fuimos a la playa con las piernas a medio depilar.

Volviendo al texto. Ahora lo leo diferente. Las palabras tienen otro dignificado. Los dedos de la prostituta son realmente largos en las puntas, hecho en el que no me había detenido cuando lo escuchaba de la boca de Caro. Comparo cada imagen: cómo la imaginaba antes y cómo lo hago ahora. Medito acerca de lo hermosa que me había parecido la historia, habiéndola conocido bajo otra circunstancia. Aquel día en la playa Lola, Caro y yo nos habíamos ido a pasar el fin de semana solas. Habíamos almorzado arroz y merendado chocolatada con galletitas. No habíamos hecho vida nocturna, ni nada de eso. Sólo playa, lecturas y siestas: las tres boca arriba en la hamaca del patio con los pies sucios, de andar descalzas, sobre la mesita de vidrio. Nótese el gran atentado, contra territorio sagrado de mi madre - la mesita de vidrio-, entre estas palabras. Vaya placer adolescente.

Nuevamente en la playa, Caro y yo nos enamorábamos un poco más de Onetti, Lolita se ponía bronceador todo el tiempo sobre la piel blanca y se hacía la dormida bajo la sombrilla, pero escuchaba la historia. Fingía dormir para salvaguardar su reputación ingenieril. Y ahora, en los hechos reales, finalmente le dejo el asiento a la viejita que me cae mal y Lety me llama por última vez para saber si llegaré antes de las diez.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Años atrás


- Ese tipo de personas no saben nada de querer, de cuidar. Tienen una única cosa en la cabeza. Yo sé lo que te digo porque soy hombre, estoy en la cabeza de uno y sé cómo piensan -dijo el hermano.

- Lo sé -dijo la chica-. Y también tienen hermanas -pensó.

viernes, 14 de marzo de 2008

¿No pruebes porque te va a gustar?

No sé absolutamente nada sobre murgas. Abro Internet Explorer para buscar unas cosas y, cuando voy a escribir la dirección, veo en Universia la foto de una chica que me resulta familiar.

En aquel febrero de 2006, no fui la única que perdió la prueba de ingreso de la E.M.A.D, Jimena Márquez también. Aquel verano, en el que recuerdo haberme auto-convencido de ser la persona más retraída del mundo, fue con ella con la única persona con quien tuve relación, al menos la única de la que supe algo más que su nombre: una profesora de Literatura de 27 años, que soñaba con ser actriz, simpática y muy muy maternal.

El tercer día de la prueba, el último, luego de que todos termináramos de pasar a representar nuestros monólogos, nos fuimos a tomar una cerveza. Recuerdo que, ni bien nos sentamos “La desquiciada del cerquillo”, como decidí bautizar a una de las "postulantes" para entrar en posteriores conversaciones conmigo misma, empezó a repartir hojillas de frutilla. En aquel grupo de tres mesas, los únicos que confesamos no fumar fuimos Federico Torrado y yo. Luego de dicha confesión, recuerdo textualmente las palabras de Jimena: “No pruebes porque te va a gustar”.

Hoy, a dos años de esto, leo en la página de Universia (http://www.universia.edu.uy/): “El carnaval 2008 tuvo el toque de Jimena Márquez. Trabajó en 4 murgas: La Mojigata, La Gran Muñeca, La Gran 7 y Japilong”. Y, en fin, ésta es simple la historia de hoy.

domingo, 2 de marzo de 2008

Un pseudo-travesti

Moraleja: nunca lleven a dos preciados amigos a ver un "espectáculo" cuyo nivel moral no ha sido empíricamente demostrado previamente. (Suplico que no se precipiten a interpretar esta frase).

Anoche fuimos a ver Monólogos del pene. Intramuros (Convención 1241, esquina Soriano), un lugar increíble para gente relajada, extremadamente relajada. El nombre dice bastante, pero no todo. Al menos, no para la inocente que solía ser antes del show. Bueno, se sobreentiende mi tendencia a la exageración.

Entramos gratis. Sí, nos colamos. Es que el cobrador estaba conversando apartado de su puesto de trabajo y nosotros estábamos apurados por entrar. Una vez dentro, bajamos una escalera: directo al infierno. Atravesamos una sala de pool y pronto nos encontramos allí, debajo de la civilización, con un agradable lugar: oscuridad, The Beatles, un par de actores tomando vodka sentados en unos sillones, algunas señoras con sus indefensos maridos y una agradable moza que nos recibió al instante con suma cordialidad. A mí me fascinó. No diría lo mismo de Lola (título: mejor amiga), que fruncía la nariz, mientras meditaba acerca de cómo respirar dentro de su suéter sin quedar en evidencia. Por su parte, Javier (título aún no definido) prudente nos guiaba hacia la barra, siempre atento a la puerta de salida. Un antro de lo mejor. Hubo algunos repentinos "che, y si nos vamos a otro lugar", mas no nos fuimos a ningún lado. Nos sentamos en la barra a tomar una cerveza y así empezó la historia.

Se nos acercó la moza:"Chicos va a empezar la función". La función, qué terrible caradura. "No hay mesas libres, si quieren les puedo poner unos almohadoncitos allí adelante y si necesitan algo me piden". Cuando accedí, noté, por pura percepción, que Lola no estaba muy convencida. Lo verifiqué cuando la pobre, tras realizar un importante esfuerzo para sentarse sobre su almohadoncito con su pollerita blanca sin que se le viera nada, me dirigió una de esas miradas asesinas.

Lola, Javi y yo alineados en primera fila, delante de unas mesas, nos disponíamos a que empezara el show. Entonces, apareció, abriéndose camino entre las mesas y la gente (poca gente), uno de los actores que tomaba vodka en los sillones. Sí, estaba disfrazado de travesti, si no lo era de verdad. Allí, mientras el travesti, pelado, gordito, viejo celulítico, bailaba con su salto de cama transparente detrás del que se podía ver un cola less de lo más desagradable, me dio por mirar hacia al lado, hacia Javier. Y bueno, el acto seguido es bastante obvio: me empecé a reír. Tenía la cara de asco más satánica que jamás he visto en mi vida. Al principió pude contener un poco la risa, con gran dificultad. Pero, ante la primer reacción a la comicidad, que emitió el público, me largué una carcajada, seguida de una revolución interna propia de una drogadicta. Y el travesti seguía bailando lentamente un tema de La Bersuit y poniendo caras de pseudo-latin lover.

"Hoy vamos a hablar de la...", dijo. Y, a partir de aquí, ya no quiero contarles más. Lo siento pero está censurado. Lo único que les puedo decir es que Lola no paraba de desviar la vista y reír con nerviosismo, Javito debía de pensar en todas las películas del estilo Transformers que me obligaría a ver para subsanar todo esto y yo... Yo me reía mucho, salvo en la parte en que apareció un hombre -asistente del travesti-, que no dejaba de hacerle guiñadas a mis acompañantes (ambos), al tiempo que se iba quitando la ropa, TODA. Y bueno, el tiempo pasaba y con cierto espíritu optimista comencé a pensar en que, tal vez, mis acompañantes mantenían las apariencias y fingían un poco al mostrarse tan desagradados. Espero.

sábado, 19 de enero de 2008

El tártaro


Una noche soñé con una chica que bailaba sola y desnuda en un bosque de gomeros. Y un fuerte viento le hacía pescar una pulmonía. De niña tuve tres veces pulmonía, pero nunca me enteré por qué. Luego de saber lo que es estar internada, me prometí a mí misma no volver a enfermarme, jamás.
En el sueño, miles de mariposas rodeaban a la chica. Le volaban muy cerca, como locas, como moscas. La envolvían y confundían. Eran mariposas perfumadas, perfumadas por alguna persona perversa, y ella reía y seguía bailando.
Mas, no fueron las mariposas lo que más me llamó la atención del sueño, sino los pájaros. Eran tres pajaritos de picos beige, que la observaban posados en una rama de un paraíso, el único paraíso en un bosque de gomeros. Tenían las plumas aterciopeladas y sé que eran suaves al tacto, lo sé porque fui yo quien los puso allí, pero eran feos a la vista. La observaban con ojos de día de tormenta, pero el sol brillaba y el cielo estaba despejado; mas ninguno cantaba.
Ahora que lo recuerdo, hubo algo que también me llamó mucho la atención. Era un sabor en la boca que sentía al tragar saliva. Lo sentía como si fuera la chica que bailaba. Era un sabor amargo, como si hubiera estado masticando una hoja de gomero. Pero, sólo lo sentía de a momentos. Pronto lo eludí y me alenté a mí misma en aquella danza delirante. Así, pasó el tiempo y pronto fue hora de despertar.
El sol real ya estaba saliendo y en el sueño se avecinaba una tormenta, y comenzó a llover. Entonces, la chica paró de bailar y vio a los pajaritos. Miro a los ojos al más pequeño, que le sostuvo la mirada parpadeando periódicamente. Ella, que no podía parpadear, estacada en la tierra húmeda, se largó a llorar y la humedeíó aún más. La primer lágrima tocó la tierra, el pajarito cerró los ojos sosteniendo su postura rígida y solemne sobre la rama del paraíso, y la chica dio un grito tan fuerte que todos los murciélagos salieron de entre los gomeros. Fue sin orden, todo a la vez; y el tiempo se detuvo. Caos entre los gomeros, pero los tres pajaritos seguían posados. Fue un grito de terror.
La chica quedó con una postura indefensa, mojada y temblorosa. Su cara era como la de un niño golpeado. Tenía el labio inferir carnoso y redondo, que se dejaba vencer por la gravedad. Su expresión era una mezcla de terror y absurdo. No paraba de recorrer con los ojos, apenas inclinando la cabeza, su cuerpo delgado, casi un pellejo, que poco antes había sido picoteado por infinidad de mariposas. Ahora, éstas retrocedían obedientes, pero atentas. Así, con su mirada indefensa, la chica se pegó un tiro en la sien y, de ese forma, volaron las que se le habían metido dentro. Sin más, el más pequeñito de los pájaros voló hasta el cadáver, mientras el resto lo miraba, como quien ve a alguién que va a cometer un error, pero no se le puede ayudar, por imposibilidad o cobardía. El pequeñito colocó su pico beige sobre uno de los ojos de la muerta y bebió con dulzura de sus lágrimas. Y ya no volvió nunca al paraíso. Y yo... Yo desperté.