jueves, 21 de junio de 2007

UNA FLOR EN MARCONI


Marconi es como un pueblo de almas deseosas y cuerpos desnudos. Todo huele a miseria, pero bastan unas horas para adaptar la nariz a ese aroma, su dulzura nos adormece y, al cabo de unas horas, ya nos hemos acostumbrado. La costumbre es lo peor, hay un doble vicio en torno a ésta. Por un lado para las familias que viven allí y creen que será provisorio. Se mudan al asentamiento porque han perdido el trabajo y a largo plazo el dinero no les es suficiente para mantener una casa, o quizá porque no han podido pagar la cuota de la pensión. Pero, el tiempo pasa y, no por comodidad, pues es lo que menos tienen, sino por otras razones se quedan. Por otro lado existe un vicio que se gesta en los que lo han sentido de lejos, se han habituado a él y han perdido la capacidad de horror.
Micaela me abrió las puertas de su casa, como nadie nunca antes lo había hecho, sin saber cuáles eran las razones por las que estaba allí. Pasé treinta minutos con ella creyendo que era un niño. Le pregunté si tenía novia y me dijo que no porque era una niña, me lo dijo con una frialdad indescriptible. Luego, agregó que tenía el cabello corto por los piojos. Esta niña me presentó a su familia; me permitió sentarme en su cama, me enseñó sus muñecas y hasta subió sobre mis hombros. Todo en un día y sin una razón concreta, sólo sed, una sed que saciamos un poco, recíprocamente: ella con su agua y yo con la mía. Yo iba en nombre de todas esas personas que se alimentan y no pasan frío, para que deje de temerles, para intentar aminorar las distancias. Las distancias que separan nuestras casas y nuestras almas igualmente humanas.
En Marconi las casas son precarias, hechas con palos de madera y chapa. Tiene piso de barro, en su mayoría, y no tienen baño: la gente hace sus necesidades en un tarro. Las “casas” no ofrecen resistencia a la lluvia ni al frío, las manos de los niños están sucias, utilizan palabras sencillas, las aspiraciones están limitadas y los sueños son demasiado ilusos.
No es fácil crear una única teoría sobre cómo funciona todo allí. El espectro de casos es infinito. Sería un error decir que sólo viven para tener hijos y fumar pasta base, pero sí es la primer impresión que uno se lleva: mujeres muy jóvenes con niños, y drogas: el cáncer de Marconi.
Micaela es una excepción. Tiene nueve años, va a escuela y, según lo que pude ver en su cuaderno, tiene buenas notas, lo que, muy a su favor, la enorgullece. Cuando le pregunto qué quiere ser de grande me confiesa que quiere ser partera. Es extremadamente comunicativa, expresiva y aguda para su edad. Me sorprende y me desconcierta. Pero, de todos modos, se le ve la falta, la ausencia. En un momento me pregunta si tengo hijos, le digo que no. Se sorprende y me pregunta si no quiero ser su mamá. Pero ella no me quiere a mí, ni quiere otra madre, desea pertenecer al otro mundo. A uno que no se define de forma física, en el que las cosas van con mayor rapidez, incluso cuando son lentas: se detienen y vuelven a andar pronto.
En el asentamiento raras veces hay aceleración. No hay crestas y valles, se está largo tiempo de una forma o de otra. No hay falta de amor, sino de fe. No hay falta de dinero, sino de progreso. Hay mil faltas con sus respectivos sufrimientos, pero sobre todo, en la cumbre de las faltas está la dignidad. Una palabra tan enorme como la humanidad, y tan pequeña como una moneda de veinte centésimos.

4 comentarios:

Arkadia dijo...

Otro largo!

Bloody dijo...

Bueno, pero si están así de buenos y conmovedores digo yo que no importa.

Arkadia dijo...

No te entiendo muy bien. ¿Están buenos y conmoverdores?, ¿qué no importa?

Thelma y Louise dijo...

Muy buen post! No importa que sea largo, está muy bien escrito que ni te das cuenta. Me encantó
Thelma