jueves, 29 de marzo de 2007


La Mamushka


Son cajas: cubos perfectos de madera, y otros no tan perfectos. Así las veo en las calles. Caminan perdidas, ensimismadas en sus problemas. Caminan y caminan con rumbos que sólo ellas creen conocer.

Hay cajas grades y cajas más pequeñas de cuyas partes inferiores se asoman pequeños pies que se mueven graciosos, con ligereza. En la parte superior tras dos hoyuelos sus ojos se ocultan con un dejo de tristeza, como con temor de ser descubiertos. Algunas tienen envoltorios de regalo: de colores, con moñas y adornos. Otras, desnudas, son tan comunes que no las percibimos. Las hay pequeñitas sin abrigos, temblorosas, sin sed de beber de los placeres de la sociedad por desconocerlos.

Hay depósitos para estas cajas, donde con solemnidad se las coloca al desaparecer como si valiesen algo. Y a cada tanto, sus hijos y conocidos visitan sus restos y lloran sus ausencias.

El otro día caminaba en silencio bajo el cielo púrpura de las cajas. Tomé asiento, me acerqué a la tierra. Mi tiempo corría con menos prisa que el suyo y desde allí las observaba. Las observaba desde afuera: cubos perfectos de madera, y otros no tan perfectos. Sin que lo notara se sentó una a mi lado y lloró. Lloró durante horas (horas eternas), hasta que le pregunté por qué lo hacía. Sus ojos violetas me miraron con timidez y alivio, como si desde un principio hubiera estado esperando esa pregunta, y finalmente dijo: “Por ti”, susurrando.

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