viernes, 26 de octubre de 2007

Mandarinas jugosas


Mientras esperaba en la parada, observaba sus manos. Sus puños cerrados y pequeños, agarrados uno de cada una de las tiras de su mochila, parecían dos mandarinas peladas. Su piel de niña avejentada la disgustaba. Odiaba ser pelirroja, casi transparente. Odiaba sus dedos largos y finitos, con el pellejito que rodea las uñas todo comido. Pequeñas heridas, mordiscos en la mandarina.

El calor la motivaba. Ese extraño calor de octubre. Sentía afiebrado el cuerpo, pero se sentía feliz, cómoda con su uniforme de verano: pollera corta a cuadritos y remera blanca. La túnica había pasado a la historia. Éste era su primer año de calores de manga corta. Estaba en primero de liceo.

El ómnibus estaba lleno. Abrazó su mochila y se escurrió hasta el fondo del coche. Una vez en la plataforma se dio cuenta de que la parte trasera del coche estaba tomada por un grupo de niños con túnicas sucias, y dos maestras hippies. "Los demonios de la escuela de guerra se van de paseo", se dijo, mientras invadía su territorio apoyándose en una de las agarraderas de la plataforma.

En los asientos "de los bobos", esos que son iguales a los de las embarazadas, sólo que están en la parte de atrás, justo al lado de donde ella se había apoyado, había tres niños sentados. Dos eran negritos: uno pelado y grandote, y el otro más menudito y muy peludo. El tercero era una especie de adolescente plancha en el cuerpo de un pigmeo: pelo largo y lacio, gorro con visera y championes número 30 (si es que existe ese número) con medias blancas cortas. Las piernas se le asomaban por debajo de la túnica, delgadas y rasguñadas, aún con los bellos de niño. Los tres miraban para fuera de rodillas sobre los asientos. Y hablaban exitados.

-Ese auto es mío -Decía el negrito grandote, mientras señalaba uno-. Ese también, todos los autos son míos.
-Bueno, pero esa casa es mía -Le respondía el pigmeo-. Esa también, todas las casas del mundo del universo son mías.
-Jaja, pero yo tengo todos los chanchos del mundo -Volvía a increpar el grandote, mientras el peludo lo miraba sin hablar, pero con cara de "te apoyo en todo"-

Silencio durante un rato. Seguían mirando hacia fuera, todo los fascinaba. Hasta que el el planchita rompió el silencio.
-Ta, pero ese taxi es mío, todos los taxis son míos.
- No, no. Los taxis son autos, y dije que todos los autos son míos.
-Fa, miren ese cartel -interrumpió, por fín, el peludo-, !se mueve!
-Ah, ¿nunca habías visto uno de esos?

Silencio.

La maestra, desde "el asiento de los bobos", que estaba enfrente:

-Chicos, miren. En ese edificio de ladrillos vivo yo.
- Ahhh, !miren ahí vive la maestra!. Maestra, tenemos calor. Cuando lleguemos a la playa, nos tiramo al agua, ¿no?
-No, no. Sólo la van a conocer.

La niña pelirroja se pasó de parada. Los dedos le sangraban. Apretó el botón para bajarse y se chupó la sangre cítrica.

6 comentarios:

Patricia García-Rojo dijo...

Me ha encantado viajar en bus con esta niña!

Juan Itu dijo...

Sabes? me gusto mucho eso de:
"no se crea, ni se destruye, se transforma"... yo pienso igual, no coincido con las ideas anarquistas de "destruir para construir", yo pienso que a lo mejor las cosas no están tan mal, pero los medios están tan empeñados en hacérnolos creer que no hacemos nada por mejorar las cosas...
Me gusto el ambiente del cuento de esta niña naranja, me atrapó, sentí que me subí al bus,
me gusta tu blogg, y eso que yo soy muy crítico...
Bueno salu2!, nos estamos posteando...

No te contaré nada nuevo dijo...

¡Gracias!, me encantó el paseo.

M.G.G. dijo...

Me ha gustado como lo has contado. A partir de ahora me fijaré en las manos, si son mandarina...
Besitos

pUbLiFrEaK dijo...

Imagino a la niña viajando en el ómnibus. Comiendo su mandarina, disfrutándola, mientras pensaba lo "bobos" que eran los chicos.

Salú!

Arkadia dijo...

No sé si "bobos", eran pobres.