jueves, 13 de septiembre de 2007

La Nielsíada

No lo entendí hasta que comencé a escribir todo aquello que él me decía. Estaba mojada y desquiciada, con los dedos arrugados y el pelo húmedo y enmarañado, mientras Niels me dictaba su currículum a la velocidad de una tortuga y yo, a la velocidad de algo un tanto más rápido que una tortuga, escribía en un papel sin renglones cada cosa al pie de la letra.
“Nació en 1940 en Montevideo. En 1982 emigró a Estados Unidos con su hijo de 15 años donde trabajó como proyeccionista de cine. Luego, ingresó a la Universidad de los Ángeles California donde estudió Teatro Shakesperiano. Cursó estudios de teatro en el Mount Sac Collage donde se graduó de de director de teatro y actuó en varias obras en shakesperianas, entre ellas “Macbeth”, junto con obras de O´Neill como “Extraña Pareja” y “Primera Plana”. Una vez de vuelta en Uruguay, participó en obras como “Pic-nic” y “La pulga en la oreja de Feydeau”. Finalmente, volvió a Uruguay donde interactuó con Beatriz Massons. En 1997 conoció a Horacio Buscaglia en el teatro “La Gabiota”. Buscaglia le entregó su versión de “La Tía de Carlos” y Niels tardó en dar esta obra. Actualmente, nos sensibilizamos con su personalidad como director en una obra cómica de éxito mundial”, dijo, respiró hondo y agregó: “¿Y?, ¿te parece bien?” “No te preocupes, va a salir bien”, pensé y sonreí. Agregamos los nombres de los actores (nosotros) y le entregamos el papel al impaciente señor de CopiSer, que nos estaba atendiendo desde hace más de treinta minutos, mientras Niels agregaba: “Quiero cien copias en tonos de grises y buena calidad”.
Faltaban muchas cosas para mandar imprimir el programa definitivo de “La Tía de Carlos”. Faltaba un resumen de la obra y los apellidos de la mitad de los actores. También faltaban fotos y un buen diseño, el encargado de CopiSer no tenía ni idea de lo queríamos, y hasta llegó a burlarse disimuladamente de nosotros. Entonces, nos paramos. Yo ayudé a Neils con su bastón y le dije bajito al encargado: “Luego volvemos”.
Segundo destino: asamblea de jubilados en A.E.B.U. Entre otras cosas, Neils era jubilado bancario y estaba empecinado en ir al plenario conmigo. Su intención era que yo entregara una carta, que habíamos escrito horas antes en el Oro del Rhin, en la que solicitábamos el “gran teatro de la Asociación de Empleados Bancarios” para presentar por primera vez nuestra obra.
-Pero, ¿hay necesidad de hacer todo esto?, ¿y si hablamos directamente con la encargada del teatro? -le repetía una y otra vez.
Me preguntaba cuál podía ser el sentido de toda aquella parodia. No sé qué me respondió, pero terminamos en la bendita asamblea. Debo de haber sido la primera persona menor de un número importante de años que entraba allí en esas circunstancias.
-Dale, andá… dale la cartita al tipo de campera verde –me dijo una vez dentro de la sala.
-Pará, pará… Estás mal, esto no tiene nada que ver. Vamos a quedar como unos locos -le respondí bajito entre toda aquella gente que, en virtud de lo aburrida de la reunión, encontraba mayor atractivo en esta extraña pareja.
-¡Ahora!, ¡al de campera verde!”
- Niiiilsss -le dije en tono de súplica.
Y fue suficiente para que adoptara esa extraña y caprichosa actitud, que simulaba ser pensativa: infló los cachetes, agachó la cabeza y desorbitó los ojos, celestes por las cataratas, mientras su enorme cuerpo, redondo y pesado, se balanceaba sin desprender los pies del piso. A pesar de lo poco que lo conozco supe que se tratada de un profundo gesto de desilusión-obviamente fingido-. Y cual si fuera un niño a quien no podía defraudar, me arrojé hacia la meta: el hombre de campera verde. Caminé como un velociráptor hasta el escenario. Allí había una mesa en la que estaban sentados cinco tipos cuyas identidades aún no tengo el placer de identificar. Cuando llegue, tras un largo desfile ante el adulto auditorio, totalmente colorada de pies a cabeza, le entregué la carta al menganito ese.
-Para usted –dije, y corrí de vuelta hacia lo alto de la sala donde Niels estaba parado y, sobre todo, donde estaba la salida.
- Niels, está hecho, nos vamos.
Tercer destino: oficina de la encargada de la sala.
-Es todo. Nos vamos a encargar de que la carta llegue a manos del Consejo, pues es éste el que decide -dijo Zelda, una de las funcionarias, a quien le entregamos una copia de la carta, y a quien debimos acudir desde un principio.
- Qué cosa tan irreal ese Consejo –pensé, mientras imaginaba a un montón de veteranos con boinas tomando café y riéndose del color del empapelado.
Pero, lo peor (o mejor) aún no había llegado. Fue, entonces, allí ante el despachpo de Zelda que Niels se recibió de actor para mí.
Sucedió así: medio resignada, y cansada a la vez, con una mano llevaba el bolso maloliente de Niels y con la otra tiraba de él, a la vez que, diplomáticamente, me despedía de Zelda; cuando, de pronto, en el momento en que estaba segura que por fín nos íbamos, Neils se soltó violentamente de mi brazo y volvió hacia Zelda, arrastrando su cuerpo lleno de inercia, en algo que parció una corridita.
-Ahhh, es que yo soy diabético… -comenzó a lamentarse- Soy diabético, jubilado de la caja bancaria, viejo... Ahora, por ejemplo tengo que volver a casa a darle de comer a mis nueve perros, lo único que tengo y… Y no sé cuanto tiempo me queda… Yo quiero estrenar esta obra. No sé cuanto tiempo me queda -Zelda se asustó ante este repentino estruendo dramático y me miró como buscando una respuesta. Una gota de cordura en toda aquella situación delirante-.
Y, tras una leve incertidumbre, al no saber qué hacer, le seguí la corriente. Puse mi mejor cara de pena, y asentí suavemente con la cabeza.
-Vamos-, le dije, cuando me pareció ver que los ojos de Zelda se humedecían. Tomé a Niels del brazo y le eché una mirada de “no hay remedio” a la mujer.
Cuando salimos del Club A.E.B.U la lluvia había parado y caminamos al muy lento paso de Neils hasta 18 de julio. Al pasar por CopiSer, a través de los vidrios, pude ver al tipo que nos atendió. Seguía trabajando en lo suyo. Entonces, me volvió a la cabeza lo que Neils me había hecho escribir sobre él.
Una vez en la parada de obnibus, nos despedimos. Yo iba a casa, él adonde sea. Me tomé el primero que me dejara cerca de casa. Sentada en el asiento de liciados, llena de mocos y sin pañuelo, comenzaba a relacionar todo lo que había pasado durante aquella tarde: la vida de Neils, las escena ante Zelda. ¿Qué tan importantes era realmente la obra para él? A mí me llenaba de entusiasmo, pero como muchas otras cosas que puedn entusiasmarle a la gente de veinte años. Al bajar, ya sabía que algo se iba a fractuar. Era probable que pronto dejara en el olvido toda aquella ilusión, de modo que a la vez que intentaba retenerla en estas líneas, se pervertía con la simple intensión.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

La Tía de Carlos



LA TÍA DE CARLOS

De Brandon Thomas
Versión de Horacio Buscaglia

Sala Teatro A.E.B.U
7 de setiembre, 20hs

Carrasco Lawn Tennis
18, 25 de octubre y 1 de noviembre

Lo peor que le puede suceder a un hombre es tropezar dos veces con una misma piedra. Así le ocurrirá a Godofredo, que en su celoso intento de guardar la honra de las jóvenes Pilar y Mercedes –como tutor de éstas- perderá su propia honra.

Carlos y Roberto –enamorados de las jóvenes- harán todo lo posible para alejar al feroz guardián, y así lograr estar a solas con las chicas. Su empecinamiento llegará hasta el punto de hacer fingir a Paco -uno de sus amigos- ser la tía millonaria de Carlos para enamorar al pobre Godofredo y convencerlo de que autorice el matrimonio.

El argumento de la obra gira en torno a una serie de confusiones que se generan a partir de la duda acerca de quién es la verdadera tía de Carlos. Ambientada en el Montevideo de los años cincuenta- sesenta, es, sin lugar a dudas, una excelente adaptación de la obra original de Brandon Thomas y un claro exponente de que no todo lo que parece ser de una forma realmente lo es.

Sin color ni finalidad

Hace tiempo que esta foto, que ya debe de ser conocida para la mayoría de ustedes, está en mi escritorio esperando ser utilizada. ¿Cuál es su finalidad aquí? Pues, aún no la tengo clara.