domingo, 27 de abril de 2008

Tocando el fango

Mugre

He cometido mil estupideces.
Me he contaminado
con la peor escoria del mundo
y he contaminado a inocentes en mi juego.
He llorado noches enteras,
por estúpida, por insensata,
por impulsiva y
por enamorada del mundo.
Me he desgarrado el corazón cristiano,
por los niños que he golpeado.
Pero, cuando las lágrimas rozan mis labios,
les siento el sabor.

jueves, 24 de abril de 2008

Los gorriones son unos genios, los palomos retrasados

Los palomos son grandes, pero sumamente tarados. Prefiero a los gorriones.

Ahora, mientras almuerzo recostada en el monumento que está la entrada de la terminal Tres Cruces, sentada en algo así como un escaloncito, comprendo la pasión que tienen las personas viejas y arrugadas por darle de comer a esos bichos.

Arrojo hacia un lado las migas de galleta que había quedado sobre mi falda y, cuando quiero acordar, tengo un grupo de gorriones a un metro a la redonda, que luchan por llevarse la mejor parte. Entre ellos hay un palomo, que monta un espectáculo nauseabundo con la tripa que lleva por pata y algunas otras heridas a lo largo de su inflado cuerpecito. Intenta meter miedo entre los gorriones. Conmigo tiene éxito: me dan ganas de correr... a vomitar.

Entonces, salta violentamente sobre el enjambre de gorriones devorador de migas y, de ese modo, se expanden de forma tal, que forman una perfecta circunferencia en cuyo centro se halla el palomo adefesio.

Los gorriones acechan y carburan el momento indicado para atacar. Y, cuando el muy imbésil, que está en el centro, va a picotear la miga más grande por tercera vez -tras intentos fallidos de captura- un intrépido gorrión, de esos esqueléticos y desgreñados, pega un brinco (¡Qué buena palabra!) y, de un solo picotazo, captura a la victima de harina con la que se va al vuelo.

Retrasado palomo (sí, lo he re-bautizado) tarda quince segundos en percatarse de lo que ha sucedido más otros diez para procesarlo y no darse de pico contra el piso, con la creencia aún impávida de que allí va a encontrar una gran miga para comer. Este tiempo es suficiente para que el resto de los gorriones se aventure a imitar al primero y arrasen con el manjar.

"Qué pedazo de tarado", pienso. Y centro mi atención en otros gorriones que han ido apareciendo ante la feliz noticia de que hay una solidaria donadora de migas y, por qué no, galletas enteras. Entonces, los pongo a prueba.

Un cuarto de galleta. "Allí va, para vos. Dale, dale, dale. Vos, sí, vos". Diez gorriones de cabeza, sólo uno gana. "Ja. ¡A ver si pueden con esto!" Media galleta y, al instante, me sorprendo cuando veo volar uno bien inflado con media galleta en el pico, olímpico. Y voy un poco más allá. Sí, un gorrión puede cargar con una galleta de agua promedio en el pico. Y, mejor aun, puede cazarla al toque y salir volando sin vacilar. Es buenísimo.

Sigo. Ahora ya tengo la esperanza de hacerme amiga de uno y hasta de poder entablar una conversación. Agarro la última galleta, me quedo con una mitad sobre la pierna y coloco la otra cerca de mí, a treinta centímetros, por ahí. Ellos me miran formados, atentos, con sus ojos chiquitos y dulces. Me hago la distraída, silbo y todo. Entonces, uno de ellos salta y se come el primero, mientras yo lo miro de reojo. Pero no vacila, huye de mi territorio volando.

"Muy bien, mis niños", y casi inconscientemente, los aplaudo, mientras algún que otro transeúnte me mira tiritando. "Ahora, me comen este otro", les digo y bajo la otra mitad de arriba de mi pierna, pero sin separarla, de modo que quedaba contra el piso, pegada a mí. Y espero. Nada. Absolutamente nada. Se echan para atrás y me siento una de esas tarántulas inmundas, multicolor.

Debo de admitir que me desilusiona un poco. Me quedo mirándolos un rato. Uno a uno se van yendo hasta que me quedo totalmente sola. Resignada me pongo a leer unas cosas. Unos minutos más tarde levanto la vista y no encuentro el pedazo de galleta contra mi pierna. Miro un poco más allá y, a algunos pasos de mí, el palomo está solo, parado sobre su pata sana y devora animalmente la media galleta, mientras sacude las plumas del pecho.

sábado, 5 de abril de 2008

Matilde

No sé que pensaría Freud de mí. Hace unos días soñé que tenía 900 hijos y todos me pedían al unísono un nombre. El problema es que estaba totalmente tarada, se me ocurrió sólo uno: Matilde. Ni uno más.

(Matilde: "Guerrero fuerte o valiente en batalla")