martes, 30 de octubre de 2007

Magnetismo

Varias veces he soñado que moría. Una vez me perseguía un auto. Corría y corría, hasta que, resignada ante la perspectiva de calles eternas con "La muerte en los talones", me dejaba atropellar. Sabiendo, muy en el fondo, que era un sueño, pero con pena, instinto de supervivencia, tal vez.

Otra vez me tiraban con una ametralladora. Tengo el recuerdo patente del punk punk punk punk en mi abdomen. No sentía dolor, sino un calor fuertísimo en las heridas, como un vacío, luego un ligero ardor, muy ligero, y más calor. Hasta que me retiraba, y justo en el momento de la verdad, cambio de sueño. En parte un alivio ante la conciencia de la realidad, por otro lado una pena. Es como perderse el final de la película, de esta gran película. Nada de revelaciones.

He tenido otras experiencias de género similar, en las que siempre era asesinada u obliga a arrojarme al precipicio. Pero, en verdad, hubo una única vez en la sentí algo más que miedo en un sueño de muerte. Fue algo similar a un suicidio en sueños. He llegado a la conclusión de que tal vez fue mi construcción de lo debía ser una muerte digna. No la denominaría, por lo tanto, suicidio, sino simulacro. No tuvo ni principio, ni fin, simplemente escenas. Porciones de un algo más extenso.

Dos escenas. En un principio, un paisaje irreal, que puede que no exista en este planeta. El cielo púrpura, mi amado y maltratado cielo púrpura. El mar de frente y nada detrás, al menos visible. Me encontraba ante un muelle, que, amén de su estrechez, sostenía una mística casa en el final. Así se desarrollaba la escena, caminaba por aquel muelle, que por momentos me pareció eterno, y tal vez viví alguna otra situación en el trayecto, y sentí algo más de lo que recuerdo, mas a la hora de narrar cómo llegué hasta aquella casa, sólo me reservo el recuerdo del muelle en su totalidad, el resto es sólo parte de él, sin el cual no habría sueño, pero que, a los efectos de visualizar la totalidad de la situación, no tiene caso soñar.

Segunda escena. Casi al final, lo inesperado, ante la puerta una sirvienta de espaldas. Una mujer de plasma, seda, jazmines y plata. No alumbraba, cautivaba. No era bella, era la belleza. Me sentí sumisa, débil, pero amada; libre y obligada. Me detuve, pero no a pensar, sino a esperar, a amar lo que iba a abandonar, un poco más. Se dio la vuelta. Magnetismo. Y la abracé. Pero, no hubo cambio de sueño, sino más sentir. Me permití un poco más. Sentí fuerza centrífuga, y explosión, caos y creación, una maravilla. Paz, una palabra muy usada.

viernes, 26 de octubre de 2007

Mandarinas jugosas


Mientras esperaba en la parada, observaba sus manos. Sus puños cerrados y pequeños, agarrados uno de cada una de las tiras de su mochila, parecían dos mandarinas peladas. Su piel de niña avejentada la disgustaba. Odiaba ser pelirroja, casi transparente. Odiaba sus dedos largos y finitos, con el pellejito que rodea las uñas todo comido. Pequeñas heridas, mordiscos en la mandarina.

El calor la motivaba. Ese extraño calor de octubre. Sentía afiebrado el cuerpo, pero se sentía feliz, cómoda con su uniforme de verano: pollera corta a cuadritos y remera blanca. La túnica había pasado a la historia. Éste era su primer año de calores de manga corta. Estaba en primero de liceo.

El ómnibus estaba lleno. Abrazó su mochila y se escurrió hasta el fondo del coche. Una vez en la plataforma se dio cuenta de que la parte trasera del coche estaba tomada por un grupo de niños con túnicas sucias, y dos maestras hippies. "Los demonios de la escuela de guerra se van de paseo", se dijo, mientras invadía su territorio apoyándose en una de las agarraderas de la plataforma.

En los asientos "de los bobos", esos que son iguales a los de las embarazadas, sólo que están en la parte de atrás, justo al lado de donde ella se había apoyado, había tres niños sentados. Dos eran negritos: uno pelado y grandote, y el otro más menudito y muy peludo. El tercero era una especie de adolescente plancha en el cuerpo de un pigmeo: pelo largo y lacio, gorro con visera y championes número 30 (si es que existe ese número) con medias blancas cortas. Las piernas se le asomaban por debajo de la túnica, delgadas y rasguñadas, aún con los bellos de niño. Los tres miraban para fuera de rodillas sobre los asientos. Y hablaban exitados.

-Ese auto es mío -Decía el negrito grandote, mientras señalaba uno-. Ese también, todos los autos son míos.
-Bueno, pero esa casa es mía -Le respondía el pigmeo-. Esa también, todas las casas del mundo del universo son mías.
-Jaja, pero yo tengo todos los chanchos del mundo -Volvía a increpar el grandote, mientras el peludo lo miraba sin hablar, pero con cara de "te apoyo en todo"-

Silencio durante un rato. Seguían mirando hacia fuera, todo los fascinaba. Hasta que el el planchita rompió el silencio.
-Ta, pero ese taxi es mío, todos los taxis son míos.
- No, no. Los taxis son autos, y dije que todos los autos son míos.
-Fa, miren ese cartel -interrumpió, por fín, el peludo-, !se mueve!
-Ah, ¿nunca habías visto uno de esos?

Silencio.

La maestra, desde "el asiento de los bobos", que estaba enfrente:

-Chicos, miren. En ese edificio de ladrillos vivo yo.
- Ahhh, !miren ahí vive la maestra!. Maestra, tenemos calor. Cuando lleguemos a la playa, nos tiramo al agua, ¿no?
-No, no. Sólo la van a conocer.

La niña pelirroja se pasó de parada. Los dedos le sangraban. Apretó el botón para bajarse y se chupó la sangre cítrica.

lunes, 22 de octubre de 2007

El Gran Hombre


Aún no entiendo
si es la grandeza de sus ojos,
el poderío abrumante
de su mano eterna,
la fragante exquisitez
de su ser omnipresente,
o la inocencia en hombre,
que fue una vez.

El Creador es la palabra.
La palabra más bella,
entre las palabras bellas;
el llanto más dulce,
la más dulce presencia.

El Creador es perfecto,
pero no para el hombre.
Es tan simple como real,
la magnificencia más compleja.

Es el padre del todo,
tanto en el odio como en el amor,
que de fruto sublima.
Impotente existencia,
la del ojo del niño,
que alienta a suspiros
el correr de su vida.

El Gran Hombre es inmenso,
y se escucha en tu voz.
Y aún no entiendo
cuál hermosa delicia
envuelve mi alma
y cubre de amor.

Aún no entiendo
en palabras
qué libera mi alma
en esta canción.

domingo, 14 de octubre de 2007

SEGUNDA CARTA


Querida Diana:
Ya lo ves, siempre tardo, pero llego. Las cosas han funcionado casi a la normalidad: valles y crestas. Ya estoy acostumbrada. Es parte del trabajo de ser hombre amar al caos, pero dosificarlo. No dejarnos abrazar por la ilusión de que realmente puede apoderarse de nuestra esencia. Digo ilusión porque eso es lo que es, una ilusión. Se explica sencillo: si la esencia es como nuestra chispa divina, y por lo tanto viene de la enormidad, cómo puede el caos apoderarse de ésta, si el caos es creado por el hombre, y el hombre, en tanto persona, se define por su esencia.

Es de anarquía, de lo que quiero hablarte hoy. Te contaré acerca de "Canción de cuna para un anarquista", pero no sobre la obra. En cuanto a anarquistas, conocí uno una vez. No sé si realmente lo era, pero me gustó pensar que sí. Y hasta llegué a abrazarlo, e intenté hablarle de Dios. Pero creo que no me entendió. Estaba borracho y yo también, de muchas cosas. Y con sed, mucha sed de algo más.

"No sos superficial", le dije. "Tenés pasión, y eso me gusta". La pasión no es algo simple de descubrir en la gente; pero al hacerlo, es dificil de asimilar. Confunde y altera. Igual tarde o temprano todo se reestablece.
En un determinado momento hubo choque de dimensiones, sin palabras por supuesto, no sabría explicártelo. Pude ver una mirada hermosa, de esas que piden algo, algo sincero tal vez; pero hubo un límite. Una imposibilidad: huecos vacíos, palabras incomprendidas, confusión, aguas saladas y aguas dulces.

Ahora me culpo por escribir esto. Por creer que puedo ser una "acunadora" de anarquistas. Y mientras tanto, Diana, "el sol es relativamente igual y yo cambio", y ellos piensan de mí. Y yo me enamoro más y más del mundo y de la gente.