viernes, 21 de agosto de 2009

Una cuestión "pudenda"

Es un objeto novedoso para algunos, común para otros. Un “recipiente ovalado instalado en el cuarto de baño que recibe el agua de un grifo y que sirve para el aseo de las partes pudendas” (PAUSA), según lo define la Real Academia Española. ¿Pudenda?

El bidé, palabra de origen francés, cuyo principal uso es la higiene personal, llegó un día para instalarse. Uruguay, Argentina y Paraguay se arrondillan a sus pies. No es así en otros lugares donde se prescinde de sus servicios. Es común encontrar aquel que en el regreso de un viaje, confiesa haber extrañado con locura en orden de importancia: la carne, la cama y el bidé.

Este artificio, usado en Francia en los tiempos en que el ritual del baño, como la Misa, era un tema semanal, es considerado de gran devoción por muchos. Tanto es así que se pueden encontrar casos sueltos de individuos que se definen así mismos como afectos al bidé.

En Facebook, la popular red social, los gustos musicales y culinarios le han cedido lugar al bidé. A este punto, se han formado grupos para rendirle culto. “Adictos al bidé”, con 382 fans, es un caso. “El mejor invento del ser humano”, declara el fan Pepe Díaz, en un grupo menos ambicioso: “Bidé”, con 168 miembros.

Pero, como todo, tiene su lado obscuro. Las críticas también se hacen oír. En el siglo de la reducción, nos encontramos con que este ambicioso monumento a la higiene es reducido (valga la redundancia) a una pequeña manguera. De este modo, se ahorra en espacio y se gana practicidad. El wáter mono comando, lo último en tecnología de toilette, es la tendencia. Y lo que muchos ven como un atraso, la ausencia del “mejor invento” del hombre, otros lo definen con una mirada progresista y carente de envidia.

viernes, 14 de agosto de 2009

Requiem por un payaso

El arte es como la energía: “No se crea, ni se destruye. Se transforma”.

El payaso tenía cara de persona. Y es una condición que excede a la calidad de su profesión. Los payasos, por lo general, son idiotas. Éste llevaba una alianza en el dedo, tenía los ojos verdes y usaba su propia voz en vez de fingir haber inhalado helio como la mayoría de sus colegas.

Iba en el ómnibus, concentrada en aguantar la risa, cuando el payaso subió. Salvación. “Marcelito, estás ahí”, dijo antes de que le viera la cara entre el embutido humano que pujaba en el estrecho espacio entre la puerta y el chofer cobrador. “Sí, Susana”, respondió la misma voz, al tiempo que dejó ver su rostro y se lanzó en busca del Guines a la incoherencia.

Estaba predispuesta a la risa. Eso es un hecho. Minutos antes de la irrupción del payaso, dedicaba mi atención a la pareja que estaba sentada detrás de mí. La vecina de al lado, seguía mis pasos. Tanto así que cuando la señora de atrás dijo algo como: “Viste que hoy falleció Imilce Viñas”, la vecina tuvo la sorpresa del año. La vi de refilón: agrandó los ojos de forma maravillosa y giró la cabeza al mejor estilo de El Exorcista, dejando en evidencia su falta de discreción. Yo conté los segundos para que se uniera a la cháchara de los de atrás.

Sobre la noticia, aunque es desagradable llamarlo de esa forma, debo decir que, como era de esperar, diarios e informativos alzaron homenaje a la actriz y se refirieron a ella como una gran personalidad de nuestro teatro y televisión. Teledoce dio inicio a su noticiero con el programa Plop, del mismo canal, en el que la actriz protagonizó varios personajes. “Una gran figura del humor”, sentenció.

El payaso estaba de luto. O sería entendible que lo estuviera. Los interlocutores que me rodeaban dejaron su trágica charla a un lado y se unieron a las risas generales que despertaban los comentarios de este inusual personaje. “¿Cuánto ganará un payaso promedio por día?”, me pregunté mientras la gente le volcaba monedas en una especie de media peluda en la que nadie se atrevería a meter la mano. “Si no tiene, pídale al vecino”, dijo el payaso. Ni se me ocurrió, claro. Pero cuando el ómnibus quedó en paz, tras la huida del payaso, creo saber en qué pensaban todos: “Ha nacido un nuevo actor”.

sábado, 8 de agosto de 2009

Encuentro dominical

Tula es adicta a la sandía, la gente pasada de edad y el bingo. Aquel día, un grupo de elegantes viejecitas, con el rostro extremadamente bronceado, las manos cargadas de anillos y las carteras, de billetes, que se hacen llamar Damas rotarias, estaban reunidas en el elegante salón de actos de un reconocido hotel, cuyo nombre prefiero obviar.

El motivo del encuentro es antagónico a cuaqluier cuestión bendita. Estas mujeres estaban allí para abrir las puertas de sus liposuccionadas almas y dejar entrever lo más vulgar y salvaje de la conducta humana. Estaban allí para jugar al bingo, una actividad casi futbolística.

Tula se acercó a aquel estadio encarnada en la piel de una chica de 20 años, con esperanza de saciar esa sensación de claustrofobia que le ataca los domingos después de los tallarines con queso. Llegó cinco minutos tarde, pero el lugar ya estaba saturado de las féminas antes mencionadas.

"Uno, dos, tres", dijo por dentro. Golpeó sus zapatitos de cristal y estaba dentro. Este exquisito geriátrico olía a naftalina y amoníaco de tinta recién hecha. Tula se mostró gentil y delicada y tuvo la receción que esperaba: miradas de adoración. Aclaro: era la única persona menor de 65,3 años. La chica sabe que la fórmula para caer bien en grupos de la tercera edad consta únicamente de tres sumandos: rostro firme, pañuelo atado al cuello y buenos modales.

Las fieras aún estaban dominadas. Amén de que algunas, enrojecidas, ansiaban carne fresca y leche de cabra, es decir la ofrenda de premios que se exponía en una mesa central. De modo que, cuando Tula se ofreció a vender rifas, se desató el descontrol. Todas querían comprar a la vez. "Una por 20, tres por 50", gritaba la pobre chica, que obtuvo como resultado severos traumatismos de brazos

A la hora del juego, en este caso el sorteo, las cábalas son infinitas. Hay quienes quieren números altos, del talón rosado o series que no existen. La señora del cabello violeta, que se lamentaba a gritos sordos con sus amigas, y echaban maldiciones a la peluquera, le dijo: "Tú, joven Tula, me vas a dar suerte". Compro 24 rifas, las que antes besó reiteradas veces y resfregó por su medalla de la Virgen María.

"Señoras, vamos a empezar el bingo. Tienen unos segundos nada más para comprar rifas. Si quieren más cartones, búsquenlos en la entrada", dijo la niña cantora, una pasa de uva con exceso de rubor, cuyo título le sentaba irónicamente bien. Y, de este modo, se inició la guerra. Líneas T de tela, V de vaca y L de lora eran las formas a completar y el Bingo, lo máximo.

Tula se sentó junto a la señora de cabello violeta y empezó a llenar su cartón. Pero, cuando la niña cantora gritó "Bingo" se pescó a sí misma abucheando con el resto. "Falsa alarma", dijo. Y, acto seguido, todas suspiraron de alivio.

La señora del pelo violeta se ganó una palangana para el baño (con las rifas) y marchó feliz para su casa. Tula no tuvo suerte de principiante, pero venció la depresión dominical y, mientras comía sandía en el patio de su casa, sonrió ante la perspectiva de una nueva forma de perder el tiempo.