miércoles, 24 de junio de 2009

Un mensaje compulsivo

Qurido, vi las fotos en España con pipo y ma. Hermosas. Dejé comentarios en casi todas (soy comentarista compulsiva).

Espero que estén pasando lindo. Yo estoy acá... sola. Miento, muy sola. La soledad es una especie de osteoporosis que me carcome. No sé si lo voy a lograr. No sé.

Para colmo hace un ofri de cagarse. Hoy lloré de frío. Un llanto largo y tendido mientras esperaba al fucking 192 para ir a la UM. Estoy sufriendo.

Qué cagada que no estés el domingo. Hay que levantarse tempranito a votar, valor. Va a estar bueno porque voy a trabajar... honorariamente. MIERDA!

Los amo hasta GAIA y más allá... andá a saber dónde. Cuidense y piensen en esta infeliz desnutrida que yace en Montevideo.

Suya,
V

lunes, 8 de junio de 2009

Sonrisitas socarronas

Si hay algo peor que tu madre es la mejor amiga de tu madre. Se trata de la mujer más hipócrita, más gentil y más arrugada que podés conocer en tu vida. Es la típica persona que, cada vez que te ve asegura que has crecido un centímetro, te tira de los cachetes y con una sonrisita dulce en la boca piensa en lo mal que te vestís y en lo bueno que es que su hija rubia estudie Bioquímica.

En los últimos años he escapado milagrosamente de sus garras, con inoportunas huidas en cuanto descubro que recibiremos su visita o con 23 exámenes y centenares de parciales por semestre. Mas el temor es permanente, en cualquier momento puede caer sin avisar y traer consigo a su hija infradotada que junta desde hace años el ajuar para su boda.

La desgracia sucedió. El día 24 del mes 12 no hubo escapatoria. La grata velada se celebró en su casa de campo, en el medio de la nada. En el camino de ida, me sentí como el niño de El Resplandor, sólo que Jack Nicholson esperaba en casa mi llegada.

- Qué empiece la fiesta -gritó el ser en cuestión, uno vez que arribamos. Nos invitó a pasar y comenzó con su discursito.

-¿Qué querés? ¿Querés algo para tomar, algo para comer, ir al baño? –repite la misma fórmula que desde hace 20 años y acto seguido me manda a hacer algo con la nena que, por cierto, no me puede ver.

La nena, la que estudia Bioquímica, tiene un severo problema de interacción y limita nuestro “hacer algo” a repetir todo el sermón de la madre o mostrarme fotos del novio ingeniero, que está instalando una caldera en Oviedo.

La hora de la sena es terrible. Hay que festejar a su manera, dejándose guiar por su volcán de hospitalidad, que produce un efecto opuesto a la comodidad. Se actúa sí y sólo sí la anfitriona da la señal.

-¡A comer! –dice. Y todos comemos con el canto de los grillos en el patio de la estancia, donde nadie puede ni podrá escuchar mis gritos.

Llegadas las doce, lo más divertido: el besito.

-¡Feliz Navidad! –decimos, mostramos la punta de las paletas con una sonrisita hereje y volcamos la cabeza 30 grados hacia la izquierda en un gesto de cordialidad.

-¡A dormir! –sentencia. Casi casi que aplaudimos el dictamen y el grupo se retira en filita a los cuartos del fondo a esperar a que los invite a pasar al baño.

Una vez en la cama, lo peor está por suceder. Preparo las piernas para correr y espero a que Jack rompa la puerta con un hacha y asome la cara.

miércoles, 3 de junio de 2009

Complot comercial

Dicen que hacer la compra relaja. Doy fe de que se trata de un mito. Seguramente el complot vincula a personalidades del hogar interesadas en maximizar la eficiencia familiar. La norma es que la madre cocina, el padre corta la leña, el hijo mayor juega al Play station y el menor, hace las compras. Para que se le pasen las mañas.

La tortura comercial nos pone cinco obstáculos frente a las narices: vencer la inercia, descifrar la lista de compra, superar el tráfico del supermercado en pos de los objetivos y, por último, la lucha en la caja.

Descifrar la letra de una mujer mayor de 40 años es un trabajo chino. Es una letra china. Este electrocardiograma femenino se equipara a la letra de un médico o el diario íntimo de esa chica que jura que alguien se lo lee.

Después de cuatro gritos reiterativos y potenciales amenazas de muerte, es hora de tonificar las piernas y lanzarse al campo de batalla, es decir el supermercado. Antes, nos hacemos de un arsenal de herramientas. Léase riñonera con tarjeta de puntos, tarjeta de puntos Plus, vales de compra y picana eléctrica para espantar a la vieja malograda que está por llevarse el último paquete de yogurt anticolesterol-dietético-0% sal y grasas trans de todo el supermercado. (AIRE) ¿Sin sal?

Una vez en el ruedo, no se trata sólo de ganar ventaja sobre el resto de los compradores. Hay que sacar número en la carnicería, fiambrería y pescadería y esperar largos minutos con las carnes congeladas (las nuestras). Pero, siempre se siembra la esperanza de que, más allá de esta refrigerante sección, haya algo para degustar.

Lo peor es la caja. La rápida nunca es rápida y la lenta es muy lenta. La estrategia es siempre la misma, amén de su constatada baja efectividad. Damos un paseo para controlar el panorama y entonces nos decidimos por una. Pero, para no apostar todas fichas a un mismo número, optamos por la ambigüedad. Dejamos el carro un tanto más hacia la izquierda y nos colocamos un tanto más hacia la derecha. Esto va bien hasta que un poco fortuito accidente humano, es decir la vieja malograda, nos tira abajo la jugada con un gruñido.

La fila elegida equivale a la fila más lenta, regla general. Y, en el momento justo en que estamos por llegar, la cajera nos sierra la cortina: “Perdón, está caja está cerrada”. Y hay que volver a empezar.