miércoles, 3 de junio de 2009

Complot comercial

Dicen que hacer la compra relaja. Doy fe de que se trata de un mito. Seguramente el complot vincula a personalidades del hogar interesadas en maximizar la eficiencia familiar. La norma es que la madre cocina, el padre corta la leña, el hijo mayor juega al Play station y el menor, hace las compras. Para que se le pasen las mañas.

La tortura comercial nos pone cinco obstáculos frente a las narices: vencer la inercia, descifrar la lista de compra, superar el tráfico del supermercado en pos de los objetivos y, por último, la lucha en la caja.

Descifrar la letra de una mujer mayor de 40 años es un trabajo chino. Es una letra china. Este electrocardiograma femenino se equipara a la letra de un médico o el diario íntimo de esa chica que jura que alguien se lo lee.

Después de cuatro gritos reiterativos y potenciales amenazas de muerte, es hora de tonificar las piernas y lanzarse al campo de batalla, es decir el supermercado. Antes, nos hacemos de un arsenal de herramientas. Léase riñonera con tarjeta de puntos, tarjeta de puntos Plus, vales de compra y picana eléctrica para espantar a la vieja malograda que está por llevarse el último paquete de yogurt anticolesterol-dietético-0% sal y grasas trans de todo el supermercado. (AIRE) ¿Sin sal?

Una vez en el ruedo, no se trata sólo de ganar ventaja sobre el resto de los compradores. Hay que sacar número en la carnicería, fiambrería y pescadería y esperar largos minutos con las carnes congeladas (las nuestras). Pero, siempre se siembra la esperanza de que, más allá de esta refrigerante sección, haya algo para degustar.

Lo peor es la caja. La rápida nunca es rápida y la lenta es muy lenta. La estrategia es siempre la misma, amén de su constatada baja efectividad. Damos un paseo para controlar el panorama y entonces nos decidimos por una. Pero, para no apostar todas fichas a un mismo número, optamos por la ambigüedad. Dejamos el carro un tanto más hacia la izquierda y nos colocamos un tanto más hacia la derecha. Esto va bien hasta que un poco fortuito accidente humano, es decir la vieja malograda, nos tira abajo la jugada con un gruñido.

La fila elegida equivale a la fila más lenta, regla general. Y, en el momento justo en que estamos por llegar, la cajera nos sierra la cortina: “Perdón, está caja está cerrada”. Y hay que volver a empezar.

3 comentarios:

Cabe dijo...

No me gusta hacer compras, en general no lo hago.

Pero vos si que la debes haber pasado mal en esas aventuras.

Beso

Naio dijo...

Arkadia ... que aventura! Y encima todas las semanas .. por suerte inventaron el delivey!! Así es el mismo del super que se clava con la picana y la vieja ...

Ojo que a veces puede llegar a ser una experiencia placentera!! podes encontrarte con una mina que canta para animar el ambiente .. o podes conoces a tu próximo amor


todo es posible al lado de la góndola de las verduras ...

Anónimo dijo...

Jajaj es el retrato de todo comprador. Una pesadilla! En lo personal, no se por que la gente disfruta de hacer compras.