domingo, 5 de julio de 2009

Jaque mate, rey vencido

El rey está acorralado. Un caballero lo mira de frente con la intención de lanzarse encima de él. No tiene escapatoria; pues si se mueve a la derecha, otro lo espera para atacarle en diagonal y, a kilómetros, también en diagonal, la reina del dominio enemigo le tiene los ojos clavados y la bayoneta apuntando al pecho.

Los dioses interactúan. Se llaman Gaspar y Mauricio. Gaspar, astuto y malvado, ha dicho: “Jaque al rey”. Entonces las nubes encierran al sol. Un sol redondo y otoñal que apenas ilumina el tablero, con un rayo que le cae encima. Y el dios malvado sentencia: “Jaque mate”.

Ahora, la reina sonríe. Aferra con fuerza su bayoneta, yergue su espalda e inyecta una flecha en el corazón de su enemigo, mientras su esposo mira quietecito desde la celda negra, en la fila dos, columna tres. Así finaliza el juego. El alma del rey muerto se eleva por los cielos del tablero y atraviesa la atmósfera, atraviesa millones de dimensiones y millones de pesadillas. Viaja años luz de su reino.

El rey ha llegado a Montevideo. Está en la esquina de 18 de Julio y Convención. Flota en el aire denso y observa como los dioses-jugadores recogen su cadáver y glorifican al victorioso reino que le ha sepultado.

En este escenario, Gaspar y Mauricio se estrechan las manos con fuerza y abandonan el tablero. Una nueva pareja de dioses ocupa su lugar y el juego se reinicia. Los retadores ponen las fichas en su lugar y un cronómetro. Este juego no puede tardar más de tres minutos. Esas son las reglas.

Avanza la tarde y cientos de estas personas-dioses-jugadores pasan por el tablero. Hasta que cae la noche y 18 de Julio y Convención, la esquina donde los Montevideanos se detienen a jugar al ajedrez, está llena de espectros voladores. Son reyes difuntos. Que en paz descansen.