
Una vez me prestó sus zapatillas. Yo tenía cinco años y ella once. Las sostuve entre mis dedos eternamente largos unos minutos para memorizar todos sus detalles: su textura sedosa, sus punteras y sus delicadas suelas. Luego, me las coloqué. Calzaban perfecto. Hundí el pie con elegancia en aquel mar de sueños infantiles, crucé las cintas en mis tobillos y apreté hasta que se me saltaron las venas. Luego intenté pararme. Pero no lo logré.
5 comentarios:
El balet no es lo tuyo ...
Como tantas cosas...
Lo importante no deja de ser el intentarlo.
Como un bote que retira los resbalosos cansancios de la madre espalda, los carozos (escuchando 21 hertz) del pasado retoman la tibia leche desbordada en cada tela. Ocupa su lugar la melanina.
Luego de tantos temporales. Fatales!
ta, pero no te sientas mal
ella bailaría ballet, pero vos tenes los ojos derechitos
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