
Cada persona tiene como un submundo, o mundo paralelo, compuesto, a su vez, por otras personas, que no pertenecen ni al mundo de los desconocidos ni al de los conocidos. Son aquellos que, por algún motivo, alguna vez nos llamaron la atención y, desde entonces, están ahí: son como una mancha borrosa en nuestras vidas. Dónde: en la universidad, en el barrio, en el trabajo, en el ómnibus. Tienen rutinas similares a las nuestras y, de alguna manera, como en un gesto inconsciente, los saludamos a diario (o periódicamente), sin emitir sonido alguno. Nos percatamos de que están y punto.
Me he encontrado en el ómnibus intentando deducir en qué trabaja la señora de pelo largo y enrulado, que siempre sube y se baja después que yo, de acuerdo a su forma de vestir y el destino del ómnibus. O, por ejemplo, qué estudia ese chico raro que siempre canta por los pasillos de la facultad. Qué suele hacer esa chica rubia fashion, que sé que vive a dos cuadras de mi casa, pues porque la he visto, desde la ventanilla del ómnibus, rezongar mientras pierde el ómnibus (en el que voy yo) justo cuando está saliendo de su casa, que está exactamente frente a la parada.
Son múltiples los ejemplos. Pero, verdaderamente, es algo que me llama la atención. Y lo peor es el regocijo que me da cuando, por equis razones, me entero de que mis postulados son ciertos.
Ejemplo número 1. Un día de estos, volvía en el ómnibus y sube la rubia. Por casualidad se sienta a mi lado y se pone a charlar con un chico, al que había saludado dos minutos después de subir. Entonces, ahí es cuando, casi por costumbre, paro la oreja. "Uh sí, porque la noche de la nostalgia en Lotus... a full", le decía. "Zaz, la emboqué", pensé. Y alimenté a ese maldito animal interno corroborando algunos otros datos.
Ejemplo número 2: un clásico. Hay un chico que sigo siempre. Se llama Matyas. Lo veo todos los días en el ómnibus a la 13:30, desde hace dos años. Se viste siempre de celeste: remera celeste, jean celeste. Se deja la chivita y usa el pelo medio crecido y desgreñado. Estudia Economía, pues tiene la cara lo suficientemente de estudiante como para trabajar; pero, a la vez, lo suficientemente de gil como para estudiar ingeniería (no es nada en contra de mis amigos los estudiantes de economía, simplemente intento ser gráfica) . Viajamos en el 192 rumbo Parque Rodó (zona en la que se encuentran las facultades mencionadas, para los que no conocen), y nunca se baja antes que yo, lo que me lleva a afirmar mi teoría, a menos que estudie Ciencias Agrarias en la ORT o haga trasbordo. Más allá de todo, no me pregunten por qué, pero estoy segura.
Además, Matyas tiene novia. Y es de esos que están de novios hace mil (dos años, mínimo) y son romanticones a más no poder. Digo todo esto porque le descubrí un medio corazón colgado del cuello; y en la mochila, un mensaje, que dice algo así como: "Maty, mi amor, te amo, te amo, te amo, te amo, cuidate, mi amor, te quiero como nadie, bla bla bla", por lo que también sé que se llama Maty (as). En fin, hay mucho más que contar sobre mi amigo Maty, pero sé que nos les importa. El hecho es que ahí está, con su chivita, su novia pegajosa y yo lo veo todos los día, y en lugar de irme charlando con él, como podría hacerlo con cualquier otra persona que me llame la atención, me limito a imaginarlo todo.
Y pienso, ¿alguién hará lo mismo conmigo? No lo sé, pero a mí me resulta divertido.