
Todas las almohadas de la casa están mojadas. El frío paralizó a estos caracoles de agua y no paran de moverse las ideas, que están infladas con helio.
No es confitería, ni un templo portuñol. Es espacio de llavísticos y rampantes.
Tenía los ojos bizcos. Sus pies eran pequeños y filosos como la diminuta gueisha que era. Siempre usaba el pelo recogido en un moño que se sostenía con una especie de media de crochet. Lucía una fealdad femenina y tonta, bailaba ballet y yo la envidiaba.