
A todo esto, estoy desquiciada. Soy una rampante en cautiverio. Una cara de perro cocker mojado, que lame un pañal de bebé sucio, mientras su dueña le festeja (libre interpretación). El humo me entra por nariz y las lágrimas me salen por los ojos. Todo es una curiosa mezcla de amor y sadomasoquismo.
Entonces, el momento triunfal. Pienso en escupir el pañal y morder a la dueña, mas me limito. Me siento junto a los fumadores con un cigarro de marihuana en una mano y el teléfono en la otra. Disco el número mágico, prendo el cigarro y espero las reacción de mi público, mientras saboreo el néctar de la rebeldía