
Mi amiga huele a belleza infantil, sútil, de esas adornadas por un hálito divino, pero difícil de ver. Está pervertida por el mundo, es inocente. Habla de esas cosas que erizan la piel. Es absurda, pesimista e infeliz. Enormemente infeliz. Lo sé, no porque me lo haya dicho, sino porque la he visto llorar. Pero, sonríe y confiesa. Y justifica lo que confiesa. Sufre, pero ama. También es una romántica. Y ama a todo menos a ella. Se hiere, se muerde, se droga.
Su mundo es de miel. La prueba y la vuelve a probar. Y se hastía, se emborracha y se le pasa; entonces vuelve a probar. Busca un camino y no encuentra y no respeta ni a quienes la respetan. Es una niña confundida, trágica. No conoce más que lo que conoce, ni conoce qué más puede conocer.
Yo le canto, algo diferente a lo que cantaba Joplin, y le cambio toda la sangre, le doy un poco de la mía. Y no sé porque lo hago, pues me amo más a mí misma. Mas soy optimista y ella está sorda.