"Hay olor a bandera Yankee quemada", pieso mientras voy circulo -en un corriente 26 de julio- por la calle 18 de julio a pasos de la Plaza Libertad.
Pronto los sonidos se hacen se hacen claros, de modo que no tardo demasiado en vislumbrar a ese puñado de "anti-imperialistas", "anti-capitalistas", "anarquistas", o ya no sé de qué forma llamarlos, que se han aglomerado con sus pancartas; sus aullidos desesperados, de esos que aclaman a toda costa ser escuchados; y sus energías. Energías incomprensibles para quienes no las comparten, necias y obstinadas, de corte juvenil: construidas a fuerza del recuerdo del pasado - pasado de dictadura militar-. A esto han de sumársele los cuerpos arrugados, que evidencian el paso del tiempo, y germinan un segundo conflicto. Uno que nace en el idealismo en sí mismo, en el hecho de amar algo difícil de alcanzar. El tiempo pasa, las fuerzas se debilitan y es poco lo que cambia, además de la persona.
La manifestación es a los pies de la estatua-monumento de la Plaza Libertad. Ésta percibe lo sucedido con un temple indefinido, mirando el cielo con su típica expresión ausente de "no sabrán lo que estoy pensando". Yo, que me he detenido justamente en el lado opuesto a donde se está produciendo el hecho, la observo largo rato, y camino insegura, decidiendo al azar cuál va a ser mi actitud al respecto.

No tardo demasiado en decidirme: cruzo. Luego de escuchar un discurso del que poco es lo que saco en limpio, me acerco a un grupo que está en enardecida discusión. "Eh, una pregunta, me podrían decir qué...", no llegué a terminar la pregunta cuando se me vinieron encima. "Estamos protestando por nuestra... por un jovencito que...eh...", me dice la más vieja del grupo, una señora educada con sonrisa amable. "El problema es que en la protesta que hicimos cuando vino Busch fue apresado un chico, supuestamente porque había destruído un vidrio de Mc Donald´s. De lo que nunca se pudo probar nada, y le dieron condena de sedición, lo peor de lo peor". De esto saltamos al Socialismo en general. Me recomiendan libros, me dan sus mails para que consulte dudas, y hasta me invitan a un seminario, cuando lo único que quería era saber qué sucedía.
"Fijate, vos, ¿sabés lo que es una tortura?", me dice Cristina, la más joven con unos treinta y algo encima. "Sí, es eso que le hecieron a todos utedes por protestar, robar, quemar, matar y no queres hablar. En pocas palabras por DAÑAR", pienso y me parece ver a mi mamá diciendo lo complicado que era todo. Hablando del orden y el desrden, del bien y el mal. "Ah, este gobierno de...". Y, qué se yo. Más aún, cómo puedo tener una opinión formada si apenas sé lo que es un tupa. "No, no lo sé", le dije. Y cambio de tema tan pronto como puedo, antes de que empiecen a preguntar más sobre mí. Definitivamente, y no sé por qué, no quiero que me coloquen una gran "F" en la frente, y si lo hicieran quisiera descubrir que lo aceptan. Que pueden ser personas espetuosas y abiertas como yo intento ser con ellos. Mientas sigue la charla -de aproximadamente 30 minutos más- sin darme cuenta, insisto una y otra vez sobre la importancia de la tolerancia y el respeto. Si lo pienso, creo que, desde un principio, notaron mis pequeñitos prejuicios escondidos tras el eslogan de "serás respetuosa", pero de todos modos tengo la sensación de que les simpatizo, y eso me deja en un estado de paz. Un extraño y, paradógicamente, perturante estado de paz.