viernes, 13 de noviembre de 2009

Una fiesta a lo Capote

Retratos, Truman Capote
Anagrama, 1995

Truman Capote (1924- 1984), sobervio, sarcástico y cínico amigo de todo el mundo, es el anfitrión de una fiesta de desquiciados, a la que concurren estrellas como Elizabeth Taylor, Marlon Brando o Marilyn Monroe. Todos famosos, todos psicológimente conflictivos, pequeños y grandes a la vez. La tituló Retratos y la utilizó para crear, con la mayor de las desvergüenzas, una imagen, un dibujo bien descripto, con líneas marcadas, de cada uno de sus invitados.

El paisaje es cosmopolita, digno de un vagabundo, como él mismo se autodenomina. Una fiesta alrededor del mundo, un viaje por algún lugar de África, Japón y Estados Unidos , por citar algunos ejemplos. Se trata de una revista de fin de semana repleta de cosas viejas que nadie quiere decir y todos quieren escuchar.

Hay un recurso: un hecho, un encuentro con el invitado, un diálogo. Truman echa mano de una especie de carisma que hace que sus “entrevistados” no quieran abandonarlo. “¿No cree que debería dormir?”, le dice Capote a Marlon Brando. A lo que responde su interlocutor: “Eso quiere decir que luego hay que levantarse. La mayoría de las mañanas, no sé por qué lo hago”. Y agrega: “Quiere algo de beber”. En otra oportunidad, Marilyn Monroe casi le rogaba que no la dejara sola: “Quedémosnos aquí senatados, por favor. Esperemos a que salga todo el mundo […] ¡No puedes dejarme sola! ¡Dios mío!”. Así las entrevistas se dan como charlas entre amigos íntimos, y Capote, mientras parece ignorar su condición priodística, va describiendo cada detalle, cada gesto y situación, a la vez que recuerda hechos del pasado, conversaciones con otros "amigos" en común, que han quedado en el baúl de lo inútil, listos para cambiar de condición.

Cada quien tiene su rótulo. Cada invitado al libro de Capote se traiciona a sí mismo. Le da, sin saberlo, el mote que el escritor estaba buscando. Nada es inventado, nada excede la realidad, más que la mera forma de ubicar los acontecimientos. En su fiesta, él es quien le pone la frutilla a la torta.

Veinte historias, veinte retratos; aunque no siempre veinte encuentros. Algunos de estos retratos son extensos y minuciosos, otros son simples pinceladas, igualmente minuciosas, pero pinceladas al fin. Como en el caso de Picasso. Un hecho: “En 1981 el mundo, suponiendo que siga girando, celebrará el centenario del nacimiento de Picasso”. Y un juicio de valor: “Picasso fue un niño pródigo y ha seguido siéndolo”. “Él es el ganador”.

Los retratos de Truman Capote son como una historia dominada por un dios griego, con apariciones repentinas, con un dominio total sobre el destino de sus personajes. Tiene un dejo absolutista, un gusto de total posesión de la situación, lo que, en cierta forma, da tranquilidad al lector. Está todo bajo control. “Es un secreto, de verdad”, le dice Marilyn. Y Capote, vil en su máxima expresión, guiña un ojo y escribe, entre unos invisibles paréntesis: “Y yo pensé: eso es lo que tú crees; yo te lo sacaré".

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