viernes, 11 de septiembre de 2009

Animalia


Tiene una boa de un metro y medio, un difunto pavo real, un lagarto llamado Dina y una tortuga añeja. Esteban es la evidencia de un estereotipo poco explorado: el de los “zoomaníacos”.

Estudia veterinaria, aunque con 23 años pelea en las arenas del segundo año de la carrera. Repitió en la escuela y alguien le dijo que no iba a poder terminar el liceo. Sea como sea, lo hizo y desde que tiene memoria, su único objetivo ha sido dedicar su vida a los animales.

Su colección de seres peludos se remonta a los albores de la infancia, con la adquisición de John, “en homenaje a John Lennon”. Se trata de un perro Dálmata hermano de Ringo, Paul y George, cuyos destinos se desconocen.

Un perro no es evidencia de nada, ni la innumerable cantidad de cruces en el jardín de los gatos y hámsters muertos. Son sólo premoniciones de un mal mucho mayor, una potencial obsesión.

“La nena”, como Esteban llama a su boa que “aún está chiquita”, según dice, duerme en el mismo cuarto que él. Tiene un terrario con todas las comodidades, debajo de la ventana de la maloliente habitación: luz cálida, pasto artificial, un tronquito para la recreación y un conejo al mes (su alimento). La nena es propiedad de Esteban desde hace apenas un año. Tuvo una pitón, que decidió vender luego de que intentó morderle la cara. “Las boas son más mansitas, pero crecen bastante”. Crecen más. Ése es el tema. Gabriela, madre de Esteban y con quien convive, nunca se enteró del canje reptil y piensa que la húmeda criatura está en el auge de la adultez. Pero La nena, en plena pubertad, pide más y más conejos.

La habitación de Esteban es hotel de otros seres de esta naturaleza. En pleno invierno, Dina hiberna debajo de la cama marinera del chico. Y la tarántula sin nombre, poco antes de morir, vivía debajo del escritorio de donde, muy a su pesar, se escapó. Gabriela la exterminó.

En Facultad de Veterinaria, Esteban se hizo de una manada de amigos que, como él, gustan de los placeres exóticos de manosear bichos. Diego de 21 años, tiene una novia que estudia veterinaria y un galpón lleno de peludas, escamosas y esponjosas criaturas.

El broche de oro en la amistad de estos dos se dio con una empresa común. Un robo feroz. Nunca mejor dicho. El lugar: zoológico de Villa Dolores. Fecha: un año atrás. Medios: la mochila de Diego. Objetivo: un pavo real.

En el zoológico de Villa Dolores, los pavos andan sueltos. Y los dementes también. Fue cuestión de segundos. Entraron, ubicaron el espécimen bebé requerido, abrieron la mochila de Diego y salieron por la puerta del frente, “haciendo ruidos” para que nadie se percatara de que ocultaba algo con vida.

En una reunión casual de “zoomaníacos”, Diego comenta en un lamento: “Se la comió el perro de al lado”, haciendo referencia al pavo real. Sí era hembra. Lo que le quita todo carácter real, ya que el plumaje colorido es cosa de machos. Las hembras, con el tiempo, se transforman en algo similar a una gallina.

Ahora, van a por más. ¿Un mono? ¿Un tigre? Esteban cuenta que hay un tipo que crió a un oso salvaje desde chiquito como si fuera un perro. ¿Será un oso? Nos quedaremos con la duda.

1 comentario:

Naio dijo...

Genial Arkadia ...
si temes por tu integridad física cuando estés de paseo por los resintos llenos de animales desconocidos de este individuo, no dudes en llamar al control animal